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Los primeros rayos de luz grisácea atraviesan el inmenso ventanal e inciden en las sábanas revueltas a nuestro alrededor. La mano de Jennie se mueve perezosa sobre mi cadera haciendo pequeños círculos concéntricos. Yo la observo con la mirada centrada en el movimiento y no puedo evitar sonreír. Seguimos tumbadas, desnudas.

Sin embargo, la suave calma se termina. Jennie se levanta y, ágil, rescata sus pantalones. Yo me incorporo y tiro de la sábana para cubrirme con ella. Va a marcharse y de pronto ya no me apetece estar desnuda.

Se coloca los vaqueros de un salto y comienza a abrochárselos sin levantar su mirada de mí.

—¿Por qué tienes que marcharte ya? —murmuro—. Aún es muy temprano.

Sé que no va a quedarse y que tampoco vamos a tener una relación. Lo ha dejado muy claro. Pero, si esta noche es lo único que va a darme, no quiero que se acabe.

Jennie se pone la camisa. Da el único paso que lo separa de la cama y, apoyando la rodilla en el colchón, se inclina sobre mí.

—Nunca había odiado tanto el maldito amanecer —susurra en mi oído.

Ella me observa un segundo e inmediatamente me besa. Un beso corto pero muy intenso. Se separa, pero vuelve a quedarse muy cerca, esperando a que abra los ojos para dedicarme su sexy sonrisa.

Jennie Kim se marcha. Me quedo observando unos segundos la puerta y finalmente me dejo caer de nuevo en la cama.

¿Qué se supone que voy a hacer ahora?

¿Cómo voy a olvidarme de todo lo que ha ocurrido cuando lo único que quiero es que vuelva a pasar?

Ladeo la cabeza y la pierdo en el ventanal. Ya es de día, aunque ni la ciudad ni el cielo se hayan despertado del todo y el azul claro, casi gris, inunde cada rincón. Me acaricio los labios y de forma automática recuerdo los suyos. Tal vez lo mejor habría sido no hacerlo, no haber cruzado esa línea con ella y seguir en esa especie de limbo donde no había saboreado el sexo más increíble, pero tampoco sabía lo que me estaba perdiendo, aunque me lo imaginase de una forma bastante vívida.

Cierro los ojos y resoplo con fuerza.

¿A quién pretendo engañar?

Ha sido un millón de veces mejor de lo que me había imaginado. Me llevo la almohada a la cara con brusquedad y trato de frenar los recuerdos que mi perversa mente decide regalarme justo ahora. Su cuerpo, sus manos, su boca, su voz… ¡Maldita sea!

Vuelvo a resoplar y me levanto de un salto.

Definitivamente, quedarme en esta cama no va a ser algo bueno para mí.

Me encierro en el baño y abro el grifo de la ducha. Lo mejor será que me arregle y baje a desayunar. En un par de horas tengo que estar en la dirección que Milo me dio y ni siquiera sé cómo llegar. Rosé me dijo que estaba a un par de calles, pero no especificó mucho más. Además, prefiero bajar antes de que lo haga Jennie. No sé cómo me sentiría si volviese a decirme que no quiere que salga del hotel o se empeñase en llevarme con ella, y la verdad es que creo que me sentiría todavía peor si no lo hiciese.

La temperatura, una vez más, no da tregua y un par de minutos después de salir de la ducha ya estoy peleando cara a cara y sin cuartel contra el calor y el bochorno. Bajo la escalera hacia el vestíbulo, recogiéndome el pelo aún húmedo en una coleta. Sonrío al ver al recepcionista tras su mostrador. Él podrá indicarme cómo llegar a la dirección de Milo, así no tendré que entrar en el bar a buscar a Rosé.

Cuantas menos posibilidades tenga de encontrarme con Jennie, mejor.

—Señor Ademi —lo llamo con una sonrisa acercándome al bonito mostrador de madera—, ¿podría decirme dónde está esta dirección?

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora