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—¡Lisa!

¡Dios, mío! Es la voz de Jennie.

Me asomo por la ventana y la veo en mitad de la plaza, llamándome preocupada, enfadada, muerta de miedo.

—¡Lisa! —vuelve a gritar.

Se pasa las manos por el pelo y mira a su alrededor desesperada.

—Por Dios, no —añade tan bajo que apenas puedo oírla.

Me levanto y salgo disparada hacia la calle.

—¡Jennie! —grito saliendo del edificio y corriendo hacia ella.

Mi única palabra la hace volverse.

—Lisa —susurra justo antes de salir flechada hacia mí.

Me da igual todo lo que haya pasado, todo lo que nos hayamos dicho, las alarmas, el peligro, mi sentido común… Me tiro en sus brazos y Jennie me estrecha con fuerza. Nos besamos desesperadas, diciéndonos sin palabras demasiadas cosas. Ha venido a buscarme. Me ha salvado una vez más.

Jennie da un paso hacia atrás sin soltarme, tratando de separarse de mí, alargando el beso y el contacto hasta que la distancia que ella misma está imponiendo nos obliga a separarnos. ¿Qué le ocurre?

—¿Cómo has podido hacer una tontería así? —ruge furiosa, pasándose las manos por el pelo y dándome la espalda un solo segundo para darse la vuelta exasperada—. ¡Regresé a buscarte una hora después! —añade frustrada, furiosa, dolida.

Aprieto los labios con rabia. De pronto yo también estoy enfadada. No he hecho ninguna tontería. Siento que volviese a buscarme y no me encontrase, pero, si no hubiese decidido dejarme al margen de su vida una vez más, yo no habría venido hasta aquí.

—Fue culpa tuya —me defiendo.

Jennie ríe arisca, fugaz y mordaz una sola vez al tiempo que alza la mirada al cielo y se lleva las manos a las caderas. Está al límite. No me importa. Yo también.

—Lo único que he intentado desde que tuviste la brillante idea de venir aquí —sisea con la voz amenazadoramente suave acercándose de nuevo a mí— ha sido protegerte.

—A lo mejor yo no quiero que me protejas. —Me siento como una desagradecida, pero tiene que entenderme de una maldita vez. No soy una muñequita desvalida y mucho menos su muñequita desvalida—. A lo mejor no quiero que vengas a salvarme como si fueras la maldita superhéroe de algún cuento, porque ya dejaste muy claro que no quieres serlo.

Los ojos se me llenan de lágrimas, pero me niego a derramar ninguna. No soy una niña asustada. Ayer dejó muy claro lo que significo para ella; ¿por qué ha tenido que venir a buscarme?, ¿por qué no puede dejar que me olvide de ella?

—Claro que no quiero serlo, joder —sentencia.

Está dolida, pero yo también lo estoy. Esta condenada situación, lo que sea que aún hay entre las dos, también me supera. ¡Maldita sea!

—¡Pues déjame en paz! —le pido, le exijo, le suplico—. Deja de buscarme, de besarme. Deja de hacerme pensar que me quieres, que quieres que esté en tu vida.

—¡No puedo! —replica—. No puedo, joder —todo el dolor, todo lo que sentimos la una por la otra, inunda su voz—, y no sabes cómo me odio por eso.

Sin dejarme reaccionar, sin darme la posibilidad de huir, Jennie cruza la distancia que nos separa, acuna mi cara entre sus manos y me besa de nuevo. Sé que debería pedirle que parara, ser coherente con mis propias palabras, pero yo tampoco puedo. La quiero. Es mi superhéroe aunque ella no desee serlo, aunque ninguna de las dos desee.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora