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Deja caer su frente en la mía. Nuestras respiraciones vuelven a entrelazarse y, sin darnos cuenta, la misma burbuja se ha construido a nuestro alrededor, pero Jennie no deja que el momento se alargue. Se separa de mí y echa a andar. A unos pasos de la puerta, en un ágil movimiento, se agacha y recoge sus viejas deportivas del suelo antes de salir de forma definitiva.

Yo resoplo con fuerza, alzo la cabeza hasta llevar mi mirada al techo y me llevo las manos a las caderas, todo a la vez.

Nunca fui tan tonta de creer que las cosas serían fáciles con ella, pero tampoco imaginé que serían así. Ahora mismo estoy hecha un auténtico lío. Tengo mucho en lo que pensar, pero como es obvio no voy a hacerlo aquí.

Me dirijo a mi habitación, pero apenas he avanzado unos pasos cuando Rosé aparece por el otro extremo del pasillo.

—¿Qué tal ha ido? —pregunta cuando llega hasta mí.

Me encojo de hombros. Ni siquiera sé qué contestar a esa pregunta.

Rosé chista como si supiera exactamente cómo me siento y me abraza.

—No podías quedarte con la Kim amable. Tenías que elegir a la increíblemente atractiva que cualquier día aparecerá muerta en una cuneta.

—Rosé —me quejo separándome de ella.

Es mi mejor amiga, pero no necesito esto. Jennie no es como ella cree o, al menos, no sólo como ella cree. Sin dudarlo, reemprendo la marcha hacia mi cuarto. Automáticamente Rosé suelta un bufido.

—Lisa.

Aunque no la veo, sé que se ha llevado las manos a la cintura mientras me llamaba. Le encanta esa postura cuando se prepara para regañarme.

—Me voy a dormir —protesto sin volverme.

—De eso nada —replica caminando hasta mí.

Tira de mi mano y me lleva hacia su habitación. Yo me quejo y refunfuño. Sólo quiero meterme en la cama y autocompadecerme.

Me han disparado, me han besado y me han rechazado, todo el mismo día; me merezco una noche de llorar y sorberme los mocos repitiendo su nombre con la música de Lana del Rey a todo volumen.

Me suelta frente a la puerta, pero inmediatamente levanta el dedo índice amenazante en clara señal de que no se me ocurra aprovechar que está buscando las llaves para escapar. Cuando abre, me empuja para que entre y, tras cerrar, va decidida hacia la cómoda. Resignada, me tiro en su cama y clavo mi mirada en el techo. No pienso ser una buena compañía. Ésa es mi venganza.

La oigo trastear en un cajón y echo la cabeza hacia atrás para observarla. No tardo en girar todo el cuerpo y quedarme bocabajo sobre el colchón para verla mejor. No me puedo creer lo que acaba de sacar.

—¿Eso es una botella de Absolut Mandrin? —pregunto sorprendida.

Rosé asiente y cierra el cajón con un golpe de cadera.

—La traje en mi maleta. La tenía guardada para el día que me nominaran al Pulitzer o tú alcanzaras el primer puesto en las listas de ventas de The New York Times. Sin embargo, visto lo visto, creo que es un buen momento.

Rodea la cama y entra en el baño con la botella en la mano. Yo me giro de nuevo y otra vez clavo mi mirada en el techo.

Quiero dejar de pensar y esa botella es el camino más rápido hacia la mente en blanco o, en su defecto, la mente llena de alcohol y estúpidas anécdotas de la universidad.

—Estoy contigo —sentencio.

Además, como siempre dice Nayeon, con vodka se canaliza mejor la resolución de problemas.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora