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—Vamos —dice separándose de mí, cogiendo mi muñeca y obligándome a caminar con ella.

No acepto, pero tampoco me niego. Simplemente mi libido y mis piernas gelatinosas toman el control. Ha vuelto a reírse de mí, no se me olvida, pero, cuando me habla con esa voz tan grave, me es imposible mantener la compostura. Otra noticia que no es nada buena para mí.

Enfilamos una nueva calle y la brisa se hace más intensa. A pesar de estar bastante cerca, es un clima por completo diferente al de Pristina. Giramos por una callejuela bastante estrecha y, de pronto, sonrío de oreja a oreja. ¡Estamos en el puerto! La tierra se retira en un semicírculo y el Mediterráneo entra perfecto, suave, meciendo de forma rítmica los pequeños barquitos a unos metros de la costa.

Una preciosa pasarela de madera se extiende justo en el centro, conectando las calles con el agua. Camino por ella sin levantar la vista del mar. La madera cruje bajo mis pies y la brisa se hace más evocadora conforme avanzo.

—Jennie, esto es…

Me interrumpo a mí misma tratando de encontrar la palabra perfecta.

—¿Increíble? —bromea deteniéndose a mi espalda.

Yo giro sobre mis pies a la vez que me cruzo de brazos y, altanera, alzo la barbilla.

—¿Tienes pensado dejar de reírte de mí en algún momento, Kim?

Jennie contempla el horizonte con la mirada perdida y se finge pensativa a la vez que atrapa su labio inferior con los dientes; de inmediato se pasa la lengua por él en ese gesto tan sexy.

—Ya te lo dije una vez, muñeca —comenta dando un peligroso paso hacia mí—, para eso estás.

Antes de que pueda huir de algún modo, o siquiera verla venir, Jennie me sujeta por la cintura y nos tira al agua.

¡Joder! ¡Está helada!

—No puedo creerme que hayas sido capaz —me quejo al sacar la cabeza del agua, echándome el pelo hacia atrás con una mano y pataleando para mantenerme a flote.

Jennie también se echa el pelo húmedo hacia atrás con la mano y mira a su alrededor.

—Yo tampoco —confiesa—. Aquí hay medusas… y tiburones.

¿Qué?

Asustada, pataleo aún más rápido y me acerco a ella a la vez que observo nerviosa toda el agua que me rodea. De pronto algo me roza la pierna. ¿Qué es? ¿Qué es? ¡¿Qué es?!

Me vuelvo conteniendo el aliento y en ese preciso instante me doy cuenta de que ha sido ella quien me ha tocado. Se ha reído de mí, ¡otra vez!

—Eres idiota —dice a la vez que yo imitando mi voz.

Yo frunzo los labios y me alejo malhumorada al tiempo que tengo que luchar con todas mis fuerzas para disimular una sonrisa. Jennie se sumerge un poco sin levantar sus ojos azules de los míos, lo justo para esconder sus labios. De pronto parece más guapa, más misteriosa, más atractiva, más todo. Es el efecto mar Mediterráneo.

—Deja de reírte de mí —me quejo, pero mis palabras están repletas de un suave deseo.

Me acerco de nuevo con la idea de golpearla en el hombro, pero Jennie atrapa mi mano y tira de mí hasta que nuestros cuerpos chocan. Nos quedamos en silencio y el ambiente se llena con el sonido de nuestras respiraciones y el suave rumor del movimiento de las pequeñas barquitas y del mar. Estamos muy cerca, demasiado cerca.

—No quiero —susurra Jennie.

Su voz me envuelve y hace vibrar mi cuerpo mientras sus ojos se encargan del resto. Cada vez más cerca. Cada vez deseándola más.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora