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Lleva un impecable traje y luce su sonrisa más dura, su mejor escudo. Hoy más que nunca es la chica del millón de dólares y mi corazón, que nunca llegó a recuperarse del todo, vuelve a partirse en dos. Se ha rendido. Ha dejado de luchar. Ella no quería ser esto… o a lo mejor sí.

De pronto un montón de preguntas que en el fondo no quiero hacerme se agolpan en mi mente. ¿Y si esta es la verdadera Jennie? ¿Y si Jisoo tenía razón? ¿Y si todo lo que vivimos en Kosovo, lo bueno y lo malo, sólo fue un capricho para ella? ¿Y si renunció a mí simplemente porque quiso hacerlo?

Antes de que me dé cuenta, salgo del apartamento. Está diluviando. Trato de coger un taxi, pero es imposible y comienzo a caminar. Tardo más de una hora en llegar a los estudios de la ABC en la 66 Oeste. No sé cómo me siento. Estoy furiosa, triste, pero, sobre todo, decepcionada.

De repente recuerdo lo que ella misma me dijo: «Deja de creer en mí, Lisa. Nos ahorrarás muchas decepciones a las dos.» Tendría que haber hecho caso a aquellas palabras.

Me paso frente a la puerta del estudio otra hora más con el agua calándome hasta los huesos, pero, al fin, ésta se abre y la chica del millón de dólares aparece. No me ve. La entiendo. Yo tampoco sería capaz de reconocerme y todo es culpa suya. Una parte de mí quiere salir corriendo y tirarse en sus brazos, pero consigo mantenerla a raya. Yo tampoco reconozco a esa Jennie.

Un coche alemán carísimo, negro y perfectamente pulido a pesar de la lluvia, se detiene junto a la acera y Jennie se dirige hacia él con el paso decidido.

—No me puedo creer que al final hayas acabado así. —Las palabras salen de mis labios antes de que pueda controlarlas.

Al oírlas, Jennie se detiene en seco, como si reconocer mi voz implicara reconocer muchas más cosas, y luego se vuelve despacio.

Aprieta los puños con fuerza. Ella también se está conteniendo, está luchando como yo. Me recorre de arriba abajo con la mirada hasta que sus ojos azules se posan en los míos. Su elegante abrigo y su elegante traje azul marino bajo él comienzan a mojarse despacio.

Sus ojos siguen siendo los más espectaculares que veré nunca, pero ahora parecen más cansados, más tristes, y la furia y el desahucio se han hecho aún más cortantes.

—¿Qué haces aquí, Lisa? —pregunta, y su voz me sacude por dentro de una manera que ni siquiera entiendo.

He echado tanto de menos esa voz.

—No lo sé —me sincero—. Ni siquiera sé qué hago aquí. He encendido la tele por casualidad y te he visto y he sentido tanta rabia. —Mi voz comienza a resquebrajarse—. ¿Así es como quieres que acabe todo?

No sé por qué se lo pregunto. No sé por qué me torturo de esta manera. Está muy claro que ella ya ha tomado las decisiones que quería tomar y está donde quiere estar.

—Las cosas son como son.

—No —replico—. Las cosas son como uno quiere que sean, y está claro que todo lo que vivimos en Kosovo para ti no significó nada.

—Eso no es cierto —se apresura a interrumpirme con la voz amenazadoramente suave.

Me intimida, pero no dejo que lo vea. No quiero.

—Entonces ¿por qué estás aquí? —pregunto con lo herida que me siento saturando mi voz, con todo mi enfado—. ¿El programa ha cambiado?

—Lisa —me reprende.

—¿Te dejan hablar de lo que pasa en el resto del planeta? ¿Sacar esas pruebas tan importantes para que paguen por lo que pasó en la guerra?

Estoy tan furiosa.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora