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Así me paso los tres días siguientes, trabajando en la cafetería y después fingiendo que lo hago delante del ordenador. No sé qué escribir. Aunque nunca me atrevería a decirlo en voz alta, comienzo a pensar que, quizá, ni siquiera debería seguir escribiendo.

El miércoles estoy sentada a mi mesa golpeando el bolígrafo cada vez más rápido y desquiciadamente sobre mi bloc de notas cuando pierdo la vista en la ventana por enésima vez y suspiro con fuerza también por enésima vez. ¿Qué me retiene aquí? ¿Y si, como dice Rosé, todo esto es una señal? ¿Y si tengo que darle un giro de ciento ochenta grados a mi vida?

¿Renovarse o morir?

Parece que la ventana por fin ha funcionado. Entro en la página web de Virgin Airlines y me compro un billete a Pristina para dentro de dos días. Quiero empezar de cero y qué mejor sitio para hacerlo que un país que también está partiendo desde la línea de salida. Cada calle de Pristina comprenderá exactamente cómo me siento.

Me levanto y, más nerviosa de lo que he estado en toda mi vida, me preparo para hacer las dos llamadas que debo hacer. La primera, a Rosé. Me parece entender que me dice que irá a recogerme al aeropuerto y que me reservará una habitación en su mismo hotel. No estoy muy segura. No ha parado de gritar desde que le he anunciado que nos veremos en cuarenta y ocho horas.

Cuelgo con una sonrisa de oreja a oreja, pero casi en el mismo instante resoplo. Ésta ha sido la llamada fácil, ahora viene la difícil. Jugueteo con el teléfono entre mis manos sin animarme a llamar.

No se lo van a tomar nada bien.

Finalmente reúno valor y deslizo el dedo sobre la pantalla. Éste sería uno de esos momentos en los que me gustaría que saltara el contestador, poder dejar un mensaje, que alguien lo borrara por accidente sin oírlo y dentro de cinco años poder decir aquello de «¡Pero si os lo dije!».

—¿Lisa? —responden al otro lado.

—Hola, papá. ¿Estás ocupado?

Por favor, di que sí. Por favor, di que sí.

—Para ti, nunca, Peque. Cuéntame.

Resoplo por enésima vez.

—Llamaba pa… para ver cómo estabais —murmuro nerviosa a la vez que, aún más inquieta, me levanto—. ¿Qué tal ma… mamá?

Soy una cobarde y mis labios intermitentes acaban de delatarme.

—Muy bien. Ha salido con Julie a tomar algo. ¿Y tú? —pregunta perspicaz. Sabe de sobra que tengo algo que contarle—. ¿Cómo estás?

—Bien.

Me pongo los ojos en blanco. Por Dios, tengo veintiséis años. Tengo que echarle valor.

—Papá —digo envalentonada—, recuerdas que Rosé se ha marchado a Kosovo con la beca que ganó, ¿verdad?

—Sí, claro que lo recuerdo.

—Pues me ha surgido la oportunidad de poder acompañarla y he aceptado.

Durante un par de segundos, no oigo nada. Como he hecho con Rosé, me aparto el teléfono de la oreja para ver si se ha cortado la llamada.

—Peque —más que decirlo, creo que lo ha resoplado—: ¿lo has pensado bien? Hasta hace prácticamente dos días estaban en guerra.

—Lo sé.

—Sé que te desenvuelves muy bien lejos de casa y estoy muy orgulloso de ti, pero una cosa es hacerlo en Nueva York y, otra muy distinta, en el otro lado del planeta. —Trata de hacerme entender armándose de paciencia.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora