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La puerta se abre de golpe. Jennie entra como un huracán, cierra de un sonoro portazo, acuna mi cara entre sus manos y me besa con fuerza a la vez que me lleva contra la pared.

—Solamente esta noche, muñeca —susurra indomable contra mis labios—. Necesito una noche contigo o voy a volverme loca.

Nuestras respiraciones entrecortadas resuenan por toda la habitación.

Asiento con una sonrisa y le devuelvo cada beso.

No podría parecerme una idea mejor. Soy consciente de todo lo que he dicho, pero, sencillamente, a veces yo también siento que estoy a punto de enloquecer.

Sus manos vuelan por todo mi cuerpo, acariciándome, tocándome, traduciendo todo el deseo que nos ata cada vez que estamos en la misma habitación.

Me besa con fuerza, desbocada, casi desesperada, exactamente como me siento yo, pero debajo de toda esta sinrazón puedo sentir su control, su exigencia. Va a pasar justo lo que ella quiere que pase, como ella quiere que pase, y que me domine de ese modo a mí, a nosotras, es lo mejor de todo.

Coge mis manos y las lleva contra la pared por encima de mi cabeza, agarrándomelas luego con una de las suyas mientras la otra vuelve a deslizarse por mi costado, torturándome. Se ancla con fuerza en mi culo y me levanta a pulso. Yo enrosco rápidamente mis piernas a su cintura y nos acoplamos a la perfección, como lo hicimos en aquel camión mientras huíamos de los disparos, como lo hicimos en la terraza del bar del hotel.

Su erección fuerte y dura choca contra mi sexo, consiguiendo que el placer se extienda por mi cuerpo, abriéndome aún más para ella, haciéndonos perfectas la una para la otra. Me besa despacio e incendia mi piel, pero yo no puedo más. Siento como si lleváramos semanas de preámbulos y mi cuerpo sobreestimulado está a punto de estallar.

Muevo las caderas buscando la fricción, intentando escapar del castigo que ha inventado para mí, mientras Jennie sigue demorándose perversamente en cada centímetro de mi piel al tiempo que me muerde, me chupa, me besa… Santo Dios, esto se le da demasiado bien.

Suspiro desesperada y ella sonríe canalla contra mi piel, encantadísima con todo lo que está provocando en mí. Libera mis manos y en ese mismo instante me deja caer en el colchón sin ninguna delicadeza. Yo me revuelvo con la respiración acelerada y el deseo recorriéndome entera. Quiero tocarla otra vez.

—No te muevas —ruge clavando sus ojos más azules y peligrosos que nunca en los míos.

Su orden es clara, sencilla, directa, y mi cuerpo la capta de inmediato. No necesito pensar. No quiero. El sentido común y mi parte racional no tienen nada que hacer aquí. Es placer puro y duro.

Jennie me dedica su media sonrisa dura e increíblemente sexy mientras, despacio, comienza a desabotonarse la camisa. Es mi recompensa.

Cuando la tela de lino se desliza por sus perfectos hombros, trato de contener un suspiro, pero fracaso de forma estrepitosa. Mis ojos ávidos y hambrientos se pierden por su armónico torso perfectamente definido y creo que estoy a punto de arder por combustión espontánea al llegar al músculo que nace en su cadera y se pierde bajo sus vaqueros. Si hay alguien más atractiva que Jennie Kim en este universo, quiero verla… ¡qué demonios!, quiero untarlo de chocolate fundido y devorarlo poco a poco.

Se desabrocha los vaqueros lento, casi agónico, como si ella me estuviera diciendo sin palabras «disfruta del espectáculo, muñeca, vas a recordarlo toda tu vida».

Se deshace de sus pantalones y de sus bóxers blancos y se limita a colocarme al borde del abismo.

Es el objeto de pecado de todas las mujeres del cosmos, las llaves del cielo y el infierno; la tiene grande y dura y el deseo aumenta hasta hacer que el mundo deje de girar.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora