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—Despierta.

Me niego a abrir los ojos. Debe de ser tempranísimo. Estoy muerta de sueño.

—Despierta —repite.

Es la voz de Rosé.

—No —respondo a la vez que me giro y me acurruco.

—¡Despierta! —dice lanzándome una almohada.

—Perra —me quejo abriendo los ojos.

Ya es de día. Tenía esperanzas de que aún no hubiese amanecido y poder dormir un poco más en cuanto echara a mi queridísima amiga de mi habitación de una patada en el culo.

—¿Qué hora es?

—Casi las ocho.

Resoplo. Quiero dormir. A regañadientes, me levanto y me arrastro hasta el baño, pero, justo antes de entrar, me doy cuenta de que ella ya está duchada y perfectamente vestida.

—¿Ya estás lista?

—Sí —responde apesadumbrada a la vez que se encoge de hombros—. Lo siento mucho, Lily, pero tengo que ir a cubrir una noticia a la frontera. Tendremos que dejar lo de conocer la ciudad para mañana.

La conozco y sé que ahora mismo se siente fatal.

—No te preocupes, idiota —trato de animarla—. Me debes una enorme, pero no sufras, sabré cuándo cobrármela —sentencio divertida.

Ella me hace un mohín, yo se lo devuelvo y las dos nos echamos a reír.

—Para compensar, te he dejado un desayuno pagado en el puesto al otro lado de la calle —me informa cogiendo su bolso de encima de la cómoda y dirigiéndose hacia la puerta—. Café y hurmasices. Mmm, ¡qué rico! —añade justo antes de salir.

Mi mente recuerda cuando tomé ese mismo desayuno exactamente en ese mismo puesto. Pensar en Jennie Kim a las ocho de la mañana es lo último que necesitas, Manoban.

—¡Te quiero! —me grita mientras se cierra la puerta.

—¡Yo también te quiero!

Tras decir eso, de inmediato hago dos cosas: obligarme a sonreír y ponerme en marcha. No pienso darle una sola vuelta más a lo que pasó ayer.

Me ducho, me pongo mis vaqueros preferidos y una bonita camiseta. Mientras me anudo mis Converse, pienso en todo lo que voy a hacer hoy. Saldré a explorar por mi cuenta, comeré algo kosovar, nuevo y riquísimo, y después me esconderé en la terraza del bar y me pondré a escribir.

Un plan perfecto.

Bajo el último escalón de la majestuosa escalera de un salto y doy una palmada. Hoy seré una aventurera en solitario. La Indiana Jones de los Balcanes.

Miro a mi alrededor sin ningún motivo en especial y todo mi cuerpo se tensa al ver a
Jennie. Está hablando con un hombre junto a la puerta principal. Parece enfadada, aunque empiezo a pensar que ése es su estado habitual, y también está guapísima y, para mi desgracia, ése sí que es su estado habitual.

Lleva unos Levi’s clasicos y gastados, una simple camiseta gris y sus viejas converse negras. No se parece a la Jennie Kim de Nueva York y mucho menos a la que sale en las portadas de las revistas o en la televisión y, sin embargo, por algún extraño motivo, es incluso más atractiva, como si se hubiera intensificado ese toque de misterio y peligro y sus ojos azules fueran un poco más fríos y parecieran esconder aún más secretos.

—Tendríamos que haber salido hace cinco minutos —le comenta el hombre mientras se acomoda la correa de una funda de la cámara sobre su hombro.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora