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Todo vibra.

Miles de pequeños cristalitos tintinean.

Abro los ojos otra vez con dificultad. Me duele muchísimo la cabeza. Me incorporo y lanzo un vistazo a mi alrededor desorientada. Me he quedado dormida sobre la mesa del bar.

Inmediatamente miro hacia una de las inmensas ventanas y el cielo de color naranja me recibe mientras Heroes, de David Bowie, suena ajena a todo.

—Deben de estar bombardeando alguna zona al norte de la ciudad —comenta Rosé sentada a mi lado, mirando hacia donde yo lo hago—. Deberías subir y descansar un poco.

Me revuelvo en la silla y la observo con atención. Está muy preocupada y además muy triste. Milo también era su amigo y, aunque Jennie no sea su persona favorita en el mundo, sé que no quiere que le ocurra nada malo… y yo no se lo estoy poniendo nada fácil.

—Tienes razón. Subiré a mi habitación.

Ella aprieta los labios y asiente.

—¿Quieres que vaya contigo?

Niego con la cabeza.

—No —añado—. Voy a meterme directamente en la cama. Quiero estar sola.

—Está bien.

Las dos nos levantamos. Comienzo a andar hacia la puerta, pero, cuando sólo me he alejado unos pasos, Rosé me coge de los hombros y me da un abrazo.

—No te preocupes —me dice estrechándome con fuerza—. No va a pasarle nada.

Viniendo de ella, significa muchísimo.

—Gracias —murmuro.

—No se te ocurra darme las gracias —replica sin soltarme—. Es obvio que la quieres, así que es inevitable que yo también la quiera.

Nos separa y me dedica una sonrisa que me esfuerzo en devolverle. Sé que siempre podré contar con ella. Por eso es mi mejor amiga.

Por último salgo del bar y subo a mi habitación. Entro y cierro la puerta con desgana. Miro a mi alrededor sin saber muy bien qué hacer. No quiero dormir. Sólo quiero saber si Jennie está bien.

Voy hasta la cómoda como podría haber ido a cualquier otro rincón y repaso con la mirada las pequeñeces que he ido dejando sobre ella. De pronto, toda mi atención se centra en la tarjeta con la que Jennie forzó la puerta de mi cuarto. La contemplo un par de segundos, la cojo decidida y salgo flechada de la estancia. Nunca pensé que haría algo así. La culpa la tienen las chicas con los ojos increíblemente azules.

Camino hasta el fondo del pasillo y miro a ambos lados antes de dar el paso definitivo hacia la puerta de Jennie. Inquieta, agarro el pomo con una mano y, nerviosa, trato de meter la tarjeta entre el marco y la madera. Pruebo una vez, dos, tres, cuatro.

Menuda allanadora de morada de pacotilla,  Manoban

Agarro el picaporte con más fuerza y giro la tarjeta entre los dedos para probar por el otro extremo. La tarjeta se dobla. Lo intento de nuevo.

—Maldita sea —murmuro malhumorada.

Le pego una patada a la puerta y me alejo unos pasos a la vez que refunfuño.

¿Qué estoy haciendo? ¡Todo esto es una estupidez! Resoplo de nuevo y camino un par de metros más. Sin embargo, no tardo en frenarme en seco. Da igual cuántas veces mi sentido común trate de avisarme, al final la conclusión es la misma: no puedo volver a mi habitación y meterme en la cama. No puedo apretar un botón imaginario y limitarme a dejar de pensar en ella.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora