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—¿Qué? —murmuro.

No puede ser.

La mirada de Jennie se recrudece y su mandíbula se endurece. Hasta el último centímetro de su cuerpo se llena de una tensión indecible.

—¡¿Quién ha sido?! —ruge.

Su voz apenas es audible y, sin embargo, ha sonado dura, brusca, intimidante.

—Jennie… —trata de hacerle entender Owen.

—¡¿Quién?! —grita.

—Varios testigos vieron a paramilitares serbios merodeando por el dispensario. Al parecer buscaban algo que Milo debía de esconder. Lo revolvieron todo.

Jennie da un paso hacia atrás nerviosa, acelerada, a punto de estallar. Gira sobre sus pies a la vez que se pasa las manos por el pelo y se las lleva a la boca. Tiene los ojos vidriosos. El dolor, la rabia, el arrepentimiento, la culpa… todo se multiplica por mil en su mirada. Todo duele muchísimo más.

—Jennie —murmuro soltándome de la mano de Rosé y dando un paso hacia ella. Pero ella ni siquiera me escucha y sale flechado del hotel. —¡Jennie! —grito a punto de salir corriendo tras ella, con la voz rota por las lágrimas.

—No, Lisa, déjala, por favor —me pide Rosé reteniéndome.

—No, suél… suéltame —le pido, casi le suplico—. Tengo que… que ir con ella.

No sé adónde piensa ir, qué piensa hacer, y eso me da demasiado miedo.

—Necesita estar sola —dice intentando que entienda.

Jennie se monta en el coche. El motor ruge violento y desaparece calle arriba. Yo la observo con la mirada llena de lágrimas. No puedo creerme que Milo haya muerto.

Rompo a llorar y me abrazo a Rosé absolutamente desconsolada.

Él ya había sufrido. Se merecía poder ser feliz. ¿Qué van a hacer todas las mujeres del refugio? ¿Qué van a hacer todas las personas a quienes día a día ayudaba en el dispensario? ¿Qué vamos a hacer nosotros?

Rosé espera con paciencia a que me calme y me propone que subamos a su habitación. Le digo que no. Quiero esperar a que Jennie regrese.

Entramos en el bar y nos acomodamos en la mesa de siempre. Tampoco quiero estar aquí. No quiero estar en ningún lugar, en realidad.

Owen nos explica los detalles que tienen sobre lo ocurrido. Sé que lo que buscaban es la información que él y Jennie reunieron, lo que ella pensaba contar en el programa de entrevistas, pero no digo nada. Sólo a Jennie le corresponde hacerlo.

Un relámpago atraviesa el cielo llenándolo de luz y de inmediato un potente trueno ensordece el ambiente. Comienza a llover con muchísima fuerza. No llevamos más de una hora esperando cuando Owen recibe una llamada en recepción. Me preocupo al instante. Nadie lo llamaría aquí si no fuese algo realmente importante.

—¿Qué ha pasado? —pregunto levantándome en cuanto vuelve a entrar en el bar, consciente de que está todavía a varios pasos de nosotras.

Owen llega hasta la mesa, recoge su boina militar y deja un par de billetes sobre la madera.

—¿Qué ha pasado? —repito.

No habla y tampoco me mira. No quiere tener que decírmelo.

—Owen, por… por fa… favor —le suplico con el corazón en la garganta y las lágrimas volviendo a bañar mis mejillas.

—Una patrulla ha visto a Jennie rondando la casa de Ratko Mladic en Besianë, una ciudad cerca de la frontera con Serbia.

Abro la boca nerviosa y confusa dispuesta a decir algo, pero vuelvo a cerrarla aturdida.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora