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Me giro justo a tiempo de ver cómo baja la escalera ajustándose los dobleces de su camisa sobre su antebrazo, en apariencia despreocupada, pero claramente en guardia, dejando que toda su actitud de mujer dominante impregne cada átomo de aire de la habitación. ¿Cómo puede ser tan condenadamente atractiva?

Me obligo a dejar de observarla y, nerviosa, centro mi mirada en cualquier otra parte. De reojo veo cómo Jisoo aprieta los labios hasta convertirlos en una fina línea y asiente a regañadientes. Parece que Jennie acaba de estropearle los planes.

—Mi… mi mochila —digo lacónica justo antes de girar sobre mis pies y regresar con paso ligero, casi corriendo, al bar.

Enseguida la localizo en la silla donde la he abandonado. La cojo, me aseguro de que esté cerrada y me acerco a la barra para pedirle al camarero que me la guarde en recepción. No tiene ningún sentido que me pasee por ahí con el ordenador y mis papeles. No alzo la cabeza hasta que ya he salido del bar.

Las Kim están a unos pasos, frente a mí. La una junto a la otra, pero sin dirigirse una palabra. Las dos tensas, las dos enfadadas, pero sólo una de ellas podría robar la atención de cualquier persona de este universo. Está claro que no se llevan demasiado bien. En ese preciso instante, tengo la inquietante sensación de que estoy armando una bomba de relojería que no voy a ser capaz de controlar.

Salimos a la calle, cruzamos la calzada y nos adentramos en una inmensa avenida, una de las más grandes que he visto en la ciudad. Camino flanqueada por las dos, aunque estamos prudentemente separadas. Nadie habla y yo empiezo a sentirme muy incómoda.

Me permito observar a Jennie. Lleva las manos en los bolsillos del pantalón y la vista al frente. ¿Por qué ha venido? Acaba de dejarme muy claro lo que piensa de nosotras. No debería importarle adónde voy o con quién.

El tráfico es denso y conforme avanzamos es aún peor. Los cuatro carriles de la avenida están atascados por completo.

—Será mejor que crucemos por aquí —dice Jisoo mirando unos metros adelante.

Por inercia también miro y veo las luces amarillas que indican que hay unos obreros trabajando. Supongo que eso es lo que está provocando semejante tráfico.

Camino unos pasos y miro a ambos lados dispuesta a seguir a Jisoo y cruzar, pero uno de los coches avanza tomándome por sorpresa y tengo que retroceder. Debe de haberse abierto el paso que cerraba la obra y los coches se mueven rápidos ahora que pueden.

Jisoo continúa avanzando sin darse cuenta de que no la sigo. Miro a mi alrededor buscando un semáforo, un paso de peatones o algo parecido, pero nada. Cojo aire. No es tan difícil. Vivo en Nueva York. No me asustan un par de coches… pero también es verdad que nunca me atrevería a cruzar la Séptima Avenida en hora punta si no es por donde debo. Voy a dar el primer paso algo insegura y entonces noto sus dedos llenos de calor entrelazarse con los míos.

De inmediato miro nuestras manos y de inmediato la miro a ella. Tiene la mandíbula perfectamente tensa. Posa la vista en el endiablado tráfico, concentrada, pero por un momento suspira discreta y fugaz, de una manera casi imperceptible.

También le afecta que nuestras manos se toquen y por un instante me pierdo en esa increíble sensación de que su piel contra la mía también significa algo para ella.

Jennie me guía entre la marabunta de coches, furgonetas y motos y, en cuanto ponemos un pie en la otra acera, me suelta sin decir una palabra y sin ni siquiera mirarme y yo me siento como si me hubiesen tirado un jarro de agua helada. Una vuelta a la realidad en toda regla.

El restaurante no está muy lejos. Está ubicado en un edificio de nueva construcción y parece bastante moderno.

El teléfono de Jisoo comienza a sonar cuando apenas estamos a unos metros de la puerta. Lo saca del bolsillo de sus  Dockers y mira la pantalla con el ceño fruncido.

Color Naranja - JenlisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora