Capítulo 2 • Nuevas reglas

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La suavidad que cubría su cuerpo semidesnudo lo hizo removerse, la claridad pegó contra su rostro y lentamente intentó abrir los ojos; pero la pesadez y la preocupación no eran buena combinación. 

Con los nudillos restregó sus párpados después de sentarse. 

Adolorido, confundido y debilitado, JongHoon se miró sobre una cama matrimonial, con el cobertor color vino desde su cintura. Estaba en una habitación grande, lujosa, con muebles de madera, una ventana cubierta de finas cortinas color crema. 

Pero nada de eso le sorprendía cuando su cuerpo entero temblaba de terror.

¿Dónde demonios estaba?

Se miró las muñecas, marcadas por las fuertes ataduras. 

Eran tan vagos los recuerdos que tenía, sólo recordaba el bar, a Joseph, y sólo qué después había muchas personas… Muchas personas ofreciendo dinero… 

JongHoon se paralizó, aterrorizado y con la cabeza dándole mil vueltas. Tenía náuseas, jaqueca. Salió de la cama y corrió a la ventana. 

Había un terreno inmenso, repleto de césped medio seco. El sol brillaba en su máximo esplendor… Era tarde. 

En la lejanía se alcanzaba a ver una cerca.

Miró una vez más a su alrededor. Justo frente a la cama, sobre un sillón se hallaba una bata de seda color negro. Alcanzó a ponérsela y de inmediato corrió hacia la puerta. 

Alejó la mano asustado cuando la perilla giró lentamente. 

Un empujón y frente a él apareció una mujer más bajita, robusta, de cabello rubio rizado y muy corto. Sobre la cabeza había una cofia color gris,  vestía una camisa que en algún momento debió ser blanca y ahora parecía gris, una falda larga y plisada de cuadros naranjas; y unos zapatos negros. La mujer lo miró asustada, llevaba una charola sobre la cual se hallaba un plato con sopa, una taza con té y un vaso con jugo de naranja. 

— ¿Quién es usted? — Preguntó JongHoon con los dientes tiritando de miedo y dando unos cuantos pasos hacia atrás, hasta chocar con una mesita.— ¿Dónde estoy?

Rápidamente la mujer dejó de lado la charola y cerró la puerta.

— ¡No!  ¡Señorita! — Gritó con desesperó después de escuchar como cerraban la puerta por fuera.— ¡Por favor! — Su pecho le oprimía con dolor y desespero. Respiró irregularmente mientras miraba a su alrededor sintiéndose indefenso, débil y un idiota de primera.

Golpeó la puerta una y otra vez, preocupado por el lugar donde se lo habían llevado y lo que sea que quisieran hacerle. 
Golpeó hasta el cansancio y gritó hasta quebrarse en el profundo y doloroso llanto del miedo e inseguridad que lo devoraba entero. 

Cayó al suelo, cansado, con el rostro empapado en lágrimas. 

Jamás le había pedido perdón a Dios por algo. Pero esa vez lo hice.
Jamás debí irme, jamás debí renegar de lo que tenía... Jamás debí hablar con el tal Joseph.

Sus ojos se posaron sobre la cama. 

Evidentemente estaba en un lugar donde el dinero era problema menor. 

Miró la ventana y comenzó a orar mientras avanzaba hacia la cama. 

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— Si tuviéramos su apoyo, el hambre sería el menor de los problemas para estas comunidades en África. 

Con la voz en un hilo, en el vago intento de sonar cordial y firme, un joven chico de cabellos rubios agachó la mirada frente a la imponente presencia detrás del escritorio. El castaño frente a él mordió una manzana sin quitarle los ojos de encima, el masticar alcanzaba a escucharse, el pasar de su saliva hacia temblar al otro que de por sí ya tenía los nervios de punta cuando miró a su guardaespaldas con el arma en la mano. 

Diario de un Creyente (KyuSung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora