Capítulo 4 • Víctimas

354 55 13
                                    

Jamás había oído unos gritos así, eran tan… espantosos. Eran horrendos, y lo peor… Es que creo que eran de un niño. 

— ¿No vas a comer?

— ¿Qué se escucha?

— Es sábado, los sábados el Señor cede el gran salón de la mansión para lo que sus socios más importantes quieran hacer. ¿Vas a comer? 

— Sí. Gracias, señorita Bonnie. — Respondió mirando la ventana.

— Por nada, joven JongHoon. 

La curiosidad es un don y algunas veces una sentencia de muerte. 

Para Jong, escuchar gritos incesantes hasta su habitación le estaban alterando los nervios. 
Desgarradores y en un tono tan aberrantemente desesperado, eran de alguien joven. No eran gritos de una mujer u hombre. 

Quiso alejarse de la mente sus cruentas suposiciones acerca del origen tétrico de aquellos lamentos. 

Ninguna respuesta, los gritos se detuvieron unos pocos minutos, los suficientes para que Jong se diera cuenta que el escuchar aquello le había quitado el apetito. 

Y sí, la curiosidad es más que fuerte. 

Los pies descalzos de JongHoon tocaron la frialdad del suelo, caminó hasta la puerta en búsqueda de un sonido más, uno que le indicara si aquello no se trataba de algo inhumano y tal vez, sólo se trataba de alguna orgia o alguna de esas situaciones pecaminosas que los hombres de dinero tenían el privilegio de disfrutar sin temor a otra ley que no fuera la divina, y a veces, ni siquiera esa última. 

Ningún sonido, paso o murmullo. 
JongHoon miró la perilla y se pensó detenidamente si giraba o mejor dejaba aquello. 

No le importaba mucho a decir verdad, de todas formas, si no era Cho, seguramente alguien más lo mataría. 
Impulsado por su negativa, Jong posó la mano sobre la perilla y giró levemente, el crujir del seguro le hizo emanar una sonrisa. 

Tal vez… Cho sólo mentía y él podría escapar si tenía el debido cuidado.
Por fortuna, la puerta no emitió algún otro sonido en el silencioso lugar. Jong se encontró con un pasillo largo de muros altos de madera oscura, a unos pasos se hallaba una ventana enorme cubierta por cortinas color vino. Lo primero que pudo asociar a aquella estética fueron los palacios europeos dónde se concentraban en épocas antiguas la "crema y nata" de la sociedad. 

«¡Sueltenme! ¡Por favor!» — Más gritos sobresaltaron al joven pelinegro. 

JongHoon siguió el sonido de aquellos lamentos hacia la derecha del gran pasillo. 

Una vez más, se guío por los gritos hasta dar con unas cuantas escaleras. Al fondo se hallaba una vieja puerta de madera con un candado y una cadena impidiendo la entrada. 

Más lamentos, tan cercanos que JongHoon casi sintió el pánico y dolor de quién fuera que estuviese gritando. 

Bajó hasta quedar pegado en la puerta, se puso de puntillas cuando percibió una pequeña apertura entre la avejentada madera, lo suficientemente grande para que su ojo izquierdo viera a la perfección qué era lo que estaba ocurriendo. 

El lugar, era en efecto un enorme salón, en él había un semicírculo de no más de treinta personas, vestidas de blanco y cubiertas de la cabeza con una singular capucha de color rojo, en sus espaldas portaban un extraño símbolo del que no comprendía la forma. 

Y sí, era un chico quién gritaba. Por lo menos hasta ese momento.
JongHoon sintió una opresión de inseguridad alojandose en cada centímetro de su cuerpo. 

Diario de un Creyente (KyuSung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora