Sebastián.

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Capítulo final.


-Solo serán tres años –dijo mi padre mirándome por el retrovisor.

-Cuando vuelvas, apuesto a que todos estarán muy cambiados –dijo mi madre sonriendo.

Sebastián miró a mis padres con desdén y volvió la vista a la ventana.

-Seguro que sí –contesté desanimado. Me separé de Sebastián y me acerqué a la ventana de mi lado. El paisaje era hermoso, y el viento en mi cara hacia cosquillas.

-Danny, te vamos a extrañar –mi madre me miró y sonrió con tristeza.

Sonreí y tomé la mano de Sebastián.

Después de unas horas ya estábamos estacionando en el aeropuerto. Abrí mis ojos y bostecé. No recordaba en que momento, pero me había quedado dormido.

Me bajé del auto seguido por Sebastián. Tomé algunas de mis maletas y entramos para encontrarnos con el señor Jones y los demás.

-No te vayas –me pidió Aytana. Me tomó de las manos y comenzó a sollozar.

-Danny, te vamos a extrañar –chilló Karl.

- ¡Oh! ni se te ocurra cambiarnos por unos ingleses –advirtió Axel. –Te llamaremos a la hora del té –bromeó, pero su semblante cambió. Sus ojos se humedecieron y respiró con dificultad. –Te vamos a extrañar –concluyó conteniendo su llanto.

Aytana miró a Sebastián. Estaba completamente serio y no hablaba.

-Llevemos las maletas de Danny. Sus padres están comprando el boleto de avión –dijo Aytana a Karl y Axel.

Me volteé para quedar frente a Sebastián. Era hora de darle la cara a lo que estaba por venir.

-Sebby... –susurré tomando sus manos. –Sebastián –corregí.

-Danny... –suspiró y me sonrió con nostalgia.

-Te voy a extrañar –dije conteniendo el llanto que me provocaba un gran nudo en la garganta.

-No lo hagas, no me extrañes –me pidió acunando mi mejilla en su mano. Lo miré confundido. –Terminamos... Desde hoy, cada uno es libre. Cuídate mucho y sé feliz hagas lo que hagas.

-Sebby –lo llamé entre llanto. –No digas esas cosas... no ahora –imploré con el corazón roto. Sentía mi pecho arder. Mis lágrimas bajaban por mis mejillas. Quería que se detuviera, me estaba lastimando. –Por favor –rogué mientras me rompía.

-Es la verdad –susurró. Soltó mis manos y metió una de las suyas en la bolsa de su pantalón. –Ten –tomó mi mano y en ella dejó un botón.

Lo mire confundido. – ¿Un botón? –pregunté frunciendo mis labios en una sonrisa.

-Sé que adoras las leyendas japonesas sobre el amor –explicó sonriendo y apretando cerró mi mano con la suya. –El segundo botón del uniforme –rio como si se diera cuenta de que estaba siendo realmente tierno.

Abrí la boca para decir algo, pero me fue imposible. El llanto llegó primero.

Me abrazó, mojé su camisa con mis lágrimas, mi respiración era muy agitada y sentía que podía llorar todo el día. Se separó de mí, me miro a los ojos, y justo cuando estaba convencido de que me besaría, se alejó. Miró a nuestro alrededor hasta encontrar a Aytana.

-Es hora –dijo, ignorando lo que estaba por pasar unos segundos atrás.

-Iré al baño –dije y antes de que me pudiera detener salí corriendo.

Pasé por varios pasillos antes de poder llegar a una corta fila.

Me adentré y al cerrar la puerta me recargué en ella, me deslicé hasta tocar el suelo. Abracé mis rodillas y lloré.

Ya no podía arrepentirme, iría a Inglaterra y, como Sebastián había dicho: sería feliz. Pero... ¿Por qué me dolía tanto la idea de irme? ¿Por qué me aferraba tanto a Sebastián? No, eso no sería más así. En Inglaterra empezaría de nuevo.

Salí y me encontré con el señor Jones. Caminé hasta él.

-Te estábamos buscando –suspiró y puso su mano en mi hombro. –Es difícil, mas no imposible.

Sonreí y caminé a su lado hasta encontrarme con mis padres. Con ellos estaban Aytana y Axel, pero Sebastián y Karl ya no estaban ahí.

-¿Dónde están? –le pregunté a Aytana. Busqué con la mirada a los alrededores mientras caminábamos a el terminal.

-Se han ido ya al carro –explicó mientras limpiaba sus mejillas. –Sebastián ha dicho que se sentía mal y Karl lo ha acompañado al carro de tus padres.

Volví a sentir esa sensación de arrepentimiento.

-Él no te olvidara –dijo Aytana sin mirarme. –Él te quiere, Danny.

Le sonreí como si realmente creyera lo que me decía, pero, que más quería que creerle. Creer que él me extrañaría con yo a él.

Apreté con fuerza el botón que aun que guardaba en mi mano.

Despedí a mis padres y amigos, los dejé atrás y seguí a el señor Jones. Subimos al avión y nos sentamos juntos. Miré a la ventana y comencé a llorar de nuevo. El señor Jones no dijo nada, solo se mantuvo en silencio.

El dolor puede que llegue a ser inexplicable y no porque no sepa con que palabras expresarlo, pero no sabía qué me dolía. Sebastián era un chico de mil, de millones, de billones de personas, pero para mí era único, sabía que estar lejos de él me dolería; ya dolía. Pero no debía ser así. No debía darle tanta importancia.

Las diez horas del vuelo se separaron: cinco me las pasé llorando y durmiendo, las otras cinco, debido a que no podía utilizar mi celular, me las pasé mirando a la ventana y practicando mis ingles con el señor Jones.

Hasta luego... mi Sebby...


A tu lado. (BL)  ■TERMINADA■Donde viven las historias. Descúbrelo ahora