Capítulo 23

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(Katie)


La fiesta había sido una locura. Nada de lo que haya vivido nunca. Siempre he estado sola o con Gorka, no sabía cómo actuar en estas situaciones.

Yo era el centro de atención de la fiesta. Todos pasaban a felicitarme o charlar conmigo. Aunque eran conversaciones cortas, pero se acercaban.

Para cuando acabo y llegue a la habitación me dolían los pies, de haber estado bailando con Maddi, y el estómago, de los nervios. Estaba mentalmente agotada.

Entonces recordé el regalo que Maddi, el de la caja negra. Lo cogí y me senté en la cama para abrirlo. Nada más abrir el envoltorio y levantar el contenido me quede sin habla y sin respiración.

Era un bikini comestible ¡¿QUÉ RAYOS?! Lo solté de golpe, dejándolo caer al suelo. Me daba vergüenza hasta tenerlo en la mano.

-¿Estas bien? –escuche como susurraba Raúl a través de la puerta mientras picaba con los nudillos.

-Sí, sí, todo bien –dije abriendo la puerta- ¿Cómo que estas aquí?

No había gritado ni nada como para haber alarmado a alguien afuera.

-Pasaba por aquí y te he escuchado, por eso he pensado que no podías dormir o que te apetecía charlar un rato antes de ir a dormir –contesto entrando en la habitación, cerrando la puerta tras él.

-La verdad es que estoy muy cansada. Me lo he pasado muy bien. Gracias por todo.

-¿Y esto? –dijo cogiendo el regalo de Maddi del suelo.

-No es nada –dije corriendo a quitárselo.

Solo logre tropezar para caer contra él. Por suerte, Raúl estaba preparado para cogerme con el brazo libre y apretarme contra él para no perder el equilibrio.

-Creo que te atraigo mucho. Tanto como tú a mí. Y no solo físicamente. Nos complementamos.

-¿Cómo puedes decir eso? ¿Tú qué sabes? Tú y yo somos muy diferentes.

-Es por eso que funcionaremos muy bien juntos.

-¿Qué dices? Nos conocemos desde hace nada ¿Y crees que eso nos hace perfectos?

-Sí, eso mismo es lo que digo. No te sientes intimidada por mi evidente naturaleza. Tu instinto te convierte en una compañera perfecta para mí.

-Si me hubieras visto la otra noche en el callejón no dirías lo mismo...- solté avergonzada por admitir el miedo que sentí.

No pude evitar bajar la cabeza pero Raúl no me dejo, levanto mi barbilla forzándome a mirarle.

-Hay momentos en los que el miedo es adecuado. Cuando te sientes amenazado, si no tuvieras miedo sería una tontería. Pero no tienes miedo de mí.

-Porque tú sé que no me vas a hacer daño –dije totalmente convencida de lo que decía.

En cuanto lo admití pude sentir como Raúl hinchaba el pecho de orgullo. Era extraño porque no sentía miedo al ver como se crecía, aun sabiendo que era más fuerte que yo. Era como si quisiera que confiara en él. Y así lo hacía.

-Tienes razón. No te haría daño, por nada del mundo. Porque eres mía –dijo con solemnidad.

Antes de que pudiera protestar, y sabía que podía haberlo hecho pero le deje, Raúl inclinó su boca sobre la mía, atrapando la negación que se suponía que tenía que decir y respirando la excitación que volvía a crecer en mí.

Me derretí, como él sabía que lo haría. Esto estaba destinado a suceder. En sus brazos me tenía sujeta, aprisionada, segura. Me amolde a su cuerpo y deje que su boca trazara la forma de la mía. Encontró mi lengua con la suya, con impaciencia chupando y jugando con la mía a un ritmo salvaje. Casi necesitado.

Como si no gobernara mi propio cuerpo le fui guiando, sin acabar el beso, hasta la cama. Cuando el colchón toco la parte de atrás de sus rodillas, perdió el equilibrio y se sentó. Lo que aproveche para subirme a su regazo, poniendo una pierna a cada uno de sus lados.

Lo que provoco que me presionara contra su paquete y que ambos gimiéramos por el contacto. El roce la ropa lo hacía aún más excitante.

Sus manos se deslizaron bajo mi suéter, y no pude evitar temblar mientras me acariciaba la piel de su espalda. Temblaba de excitación no de miedo.

Le tomo un segundo desabrochar el cierre de mi sostén.

-¿Qué estás haciendo? –pregunte parando el beso, podía notar como tenía los ojos entornados y los labios hinchados por su beso.

-¿Qué te parece que estoy haciendo? Llegar a la segunda base –me respondió sonriendo.

Mis pechos, liberados, estaban siendo masajeados por sus manos. El contraste de la suavidad y el áspero era un placer para el tacto. La caricia de sus pulgares sobre los picos erectos de mis pechos me hizo contener un suspiro por el estremecimiento que provoco.

No sabía que estaba haciendo. Pero me quite el suéter y me lance contra él, cogiéndolo por los dos lados de la cara para darle un beso. Era abrasador.

Nunca había sentido este descontrol por nadie. No podía parar, no quería parar.

Estábamos tan calientes, que parecía que estábamos en medio de un incendio.

Raúl puso las manos en mi cintura, con manos de hierro, para que no pudiera balancearme hacia adelante y atrás. Quería me que me quedara donde estaba pero con un ritmo más lento. Más tortuoso.

Necesitaba moverme, sentir que también estaba tan excitado como yo. Que ambos lo deseábamos. Que ambos compartíamos.

Oportunidad para amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora