Capítulo 39

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(Katie)


Se detuvo sólo el tiempo suficiente para ponerse los pantalones y zapatos.

Una vez vestidos todos nos fuimos caminando a casa de Raúl... o casa de la manada, como lo había llamado Raúl antes.

No me atreví a decir nada, me tuve que morder la lengua todo el camino hasta que llegamos a la puerta de la calle que conducía a las escaleras hasta su casa.

Mire la cerradura y luego mis manos vacías.

-Yo no tengo mi cartera o las llaves.

-Lo bueno es que siempre hay una copia de la casa debajo de la maceta esa –dijo señalando la maceta de la derecha de la puerta.

No quería pensar en lo que podría haber sucedido si el arrogante orgullo de Gorka no me hubiera forzado a dejarlo.

Raúl abrió la puerta y se volvió. Me robó el aliento con un beso.

Podía estar indecisa acerca de él y mi futuro, mi naturaleza apasionada sabía lo que quería. Lo quería a él.

Raúl pareció notar que estaba interesada ya que paso su brazo a mí alrededor y me aplasto contra él.

Él me levantó y dijo:

-Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura.

Obedecí y me reí en su boca cuando él corrió a dentro y subió las escaleras.

-Yo podría haber subido por mí misma -replique aun agarrada con las piernas a su cintura mientras se inclinaba para abrir la puerta del cuarto.

Lo hicimos en su cuarto, y no más allá. Me habría gustado que me diera una ducha de agua caliente juntos y lavarse el hedor del de ambos. Sin embargo la boca devorando la mía con frenética urgencia, se me olvidó el plan.

Para Raúl parecía que solo había una cosa que necesitaba en este momento. Yo y la pared más cercana.

Él me bajo, pero sólo el tiempo suficiente para quitarme los pantalones y sacarme la camiseta. Sus pantalones también acabaron en el suelo en un montón arrugado que lamentaría más tarde.

Ya desnuda, justo la forma como él me quería, me levantó de nuevo y enrede mis labios con los de él. Su piel se frotó contra la mía, su curtida piel. Los picos de mis erectos pezones se clavaron en su pecho, mientras que mi núcleo humedecía su eje que se deslizaba hacia atrás y adelante entre mis muslos, burlándose de ambos.

-Te quiero -jadee contra su boca, girando mis caderas y haciendo un sonido de desesperación.

-Tú me tienes -fue su respuesta. Por ahora, y para siempre.

Se hundió a sí mismo con su glorioso calor en mi sexo, deleitándome en la forma en que crecía en mi interior, los músculos de su canal agarrándole tan deliciosamente. Como él osciló dentro y fuera de mí, la crema de mi deseo recubriéndolo y aliviando a cada paso.

Podía sentir su placer construyéndose por la cercanía de sus pronunciados gruñidos, clave mis dedos en su espalda.

La misma urgencia me afectó, y él golpeó en mí, abrazándome con fuerza, finalmente permitiéndome creer que realmente él podía ser algo permanente, conmigo.

Ahora ya estaba a salvo. Mi compañero estaba rodeándome en sus brazos, yo estaba encima de su polla y me catapultaba a la gloria orgásmica. Tuve que gritar su nombre mientras me acercaba, mi placer barriendo a través de mí en oleadas estremecedoras, un placer al que Raúl se unió. Podría escuchar como rugió mientras se acercaba su orgasmo. Acarició mi cuello, aspirando de nuevo la marca que había hecho.

Nos aferraron juntos, dos cuerpos con un solo destino. Un futuro y... Una prima entrometida que golpeó a la puerta y gritó:

-Raúl, sé que estás ahí.

No pude evitar grita.

-¡Hey, Reba, date media vuelta y camina! –grite antes de acelerar el ritmo para evitar que Raúl dijera algo y espantar a Reba.

Cuando su prima gritó de rabia, Raúl rió. Y se rió. La vida en la manada estaba a punto de ser más caótica. No podía esperar.

Pertenecer a la manada del lobo requirió algunos ajustes. Por un lado, tuve que aprender a vivir sin ninguna expectativa de privacidad. Ahora entendía por qué Raúl empleaba los rugidos para espantar a los demás, que se basaba enseñar los dientes para que todos retrocedieran.

Incluso con esas medidas, su prima encontró la manera de invadir la puerta de su cuarto. Y por su puesto en el momento más inoportuno.

Bang. Bang. Bang

-¿Por qué no puede alguno de ustedes utilizar un maldito teléfono? –Raúl rugió, en uno de esos momentos en los que habían perturbado su búsqueda del punto sensible en la parte posterior de mi cuello.

Casi rujo una o dos veces con él. Un rugido humano, por supuesto, porque, para mi alivio, Raúl había dicho la verdad cuando dijo que mi cambio a un ser peludo no era contagioso.

Oportunidad para amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora