Capítulo 1: Esconder a un amigo

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La música se colaba en su habitación mientras el pequeño Max se tiraba encima lamiéndole cariñosamente la cara.

―¿A que tú también piensas lo mismo, Max? ―Preguntó la joven acariciando a su perro mientras que con la otra mano acariciaba el pelo del joven que estaba a su lado―. ¿A que debe de decirle a esa chica lo que siente? ¿Ves? Hasta Max está de acuerdo.

―¡Maialen! No creo que tu perro...

―Claro que sí, Gèrard. El pequeño Max está de acuerdo. Tienes que coger un día y declararte a tu compañera. Ya verás como ella siente lo mismo que tú. ¡Y seré vuestra madrina!

―¡Joder, Maialen! Ni si quiera sé si a ella le gusto y ya estás casándonos.

―Ya me lo dirás, ya me lo dirás...

La conversación fue interrumpida cuando alguien tocó la puerta de la habitación de la joven. Al otro lado escuchó que se trataba de su madre.

―¡Dios, escóndete debajo de la cama, Gèrdad! ―Susurró Maialen, incorporándose de pronto―. Vamos, corre, no lo pienses.

―Pero Maialen...

―No quiero que mi madre piense lo que no es, tú escóndete ―le pidió algo alterada.

El joven, que no era la primera vez que se veía en esa situación tan extraña en aquella casa, hizo lo que su amiga le pidió.

―Pasa mami ―le pidió Maialen volviéndose a tumbar en la cama mientras acariciaba el pelo de Max y se ponía el teléfono en la oreja fingiendo que hablaba con alguien.

―Nena, en diez minutos comemos. Vete preparando. ¡Y dile a tu amigo que coma con nosotros!
―¿A qué amigo? ―Preguntó tranquilamente mientras se retiraba el teléfono de la oreja.

―Venga, Maialen, que te conozco. Y además, estabas hablando con alguien...

―Sí, con una amiga por teléfono ―dijo sonriente.

Noemí negó con la cabeza y se dirigió a la habitación contigua, llamando antes de entrar.

―Brunito, en diez minutos comemos ―dijo asomándose.

El muchacho había dejado de tocar con la guitarra y miró a Noemí asintiendo con la cabeza.

―Está bien, ya mismo voy a poner la mesa.

Noemí entró y se sentó en la cama del joven.

―Siempre me pones los pelos de punta cuando cantas ―afirmó sonriente―. Oye, ¿sabes si algún día los amigos de Maialen se van a quedar a comer?

―Noe, preguntas imposibles. No porque yo lo pudiera saber, sino porque sabemos cómo es ella.

―Es que no entiendo como a su edad y aún oculta a sus amigos cuando se quedan a dormir. ¡Y aunque fueran novios! No entiendo a esta niña ―se rió.

―Simplemente así es Maialen ―dijo el muchacho sonriendo.


La casa de la familia Capdevilla estaba patas arriba. No era algo extraño, para desgracia de Joan, a quien todo el mundo le conocía como Capde. Aquel hombre no pasaba tanto tiempo en casa como le gustaría, ya que el trabajo en muchas ocasiones se lo impedía. Pese a todo tenía la tranquilidad de que su hijo más joven era el que tenía los pies en el suelo y, en muchas ocasiones, era quien intentaba mantener a raya a sus hermanos.

Aquella mañana Javy notaba algo inusual en su hermano mayor. Siempre estaba detrás de él convenciéndole de que hiciera las tareas de su casa, algo que le costaba horrores. Sin embargo, ese día pasaba todo lo contrario. Incluso hacía más cosas que él, algo bastante complicado.

―Jesús, ¿me puedes decir por qué pasas de hacer poco más que tu cuarto y a la fuerza, a limpiar toda la casa? Porque le estás limpiando la habitación hasta a Rafita...

―¿Es que no puedo? Si no hago nada, que por qué no hago nada, si lo hago que por qué lo hago. ¡Es que no estás nunca conforme!

―Hermanito, que te conozco desde que nací y algo ocultas. ¿Qué es lo que quieres?

―¡Nada! Es que aquí uno no puede trabajar en casa, ¿o qué?

―Lo haces en años bisiestos y un día ―le reprochó su hermano.

En ese momento Rafa, el hermano mediano, salió de la cocina con un bol repleto de cereales con leche y se sentó cómodamente en el sofá.

―Es fácil, Javy, al Jesús le gusta la nueva vecina y busca impresionar ―dijo mientras hacía zapping frente al televisor.

―Ajá, ahora todo tiene sentido. No puedes ser más básico, Jesusito... Yo creía que era otro de tus intentos para convencerme de que fuéramos al Falla ese en febrero...

―Bueno, a ver, que si esto sirve también para eso, por mí no hay problema, ¿eh?

―Sabes la respuesta: ¡No!


Hugo Cobo cerró los ojos en el momento en el que Eva comenzó a darle pequeños besitos tiernos en la mejilla.

―Nos deberían de dar un premio a los más pringados del planeta, tía. Tu tía no duerme en tu casa y en vez de aprovechar para otra cosa, vamos y nos quedamos dormidos en el sofá viendo una película ―rió el joven.

―Ya ves, amor, somos de lo que no hay. Pero bueno, lo que no pasó por la noche, podría pasar por la mañana, ¿no? A fin de cuentas mi tía Vicky no viene hasta al medio día ―dijo la joven mirándole de forma pícara.

―¿Y te vas a saltar las clases? ―Dijo él acomodándose mejor en el sofá para que su novia siguiera besando su cara.

―Por un día no pasará nada, ya pediré los apuntes... ―la joven se colocó encima de su novio mientras que sus besos aumentaban.

Eva desabrochó varios botones de la camisa de Hugo mientras jugueteaba con sus dedos por su pecho descubierto, mientras el joven acariciaba su pelo.

Todo sucedió tan rápido que a la pareja no les dio tiempo a reaccionar. De pronto escucharon las llaves de la puerta de la casa. Eva se sobresaltó, pero no le dio tiempo a levantarse de encima de su novio. Su tía había regresado antes de lo previsto y no quería que le pillara en esa situación, no cuando Vicky había accedido a que viviera allí. Intentó buscar una excusa rápida antes de que entrase al salón, pero estaba bloqueada. Cuando giró la cabeza para intentar decirle algo, se dio cuenta que no se trataba de su tía.

―¡Prima!¡ Sorpre...! ¡Ostia! No sabía que estabas... ―dijo tapándose los ojos―. Perdonad, no quería interrumpir lo que fuera que estuvierais haciendo, digo bueno, es obvio lo que estáis haciendo pero...

―¿Nick? ―La joven se levantó acercándose a su primo―. ¿Qué haces aquí?

La teoría del IvoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora