Capítulo 82: La confesión de Bruno

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El sonido de una puerta cerrarse con más fuerza de lo normal, indicó a Iván que podría tratarse de Bruno. Los nervios le subieron rápidamente por todo el cuerpo, y por un momento se quedó paralizado en la cocina.

―Es él ―susurró Noemí, quién se había asomado por una rendijilla de la cocina para asegurarse.

―Me lo imaginaba... Voy a prepararme otro café.

―Ya llevas más de tres ―advirtió Manu.

―Pocos son ―sentenció él.

―Para relajarte necesitas tila ―le recordó su hermano.

―Pamplinas, ahora mismo el café me relaja.

―Estás alterado, no lo necesitas ―dijo la voz de Maialen asomándose a la cocina.

―¡Joder, que susto! ―Exclamó Iván.

―Por cierto, Bruno ha subido a su cuarto ―dijo antes de volver a cerrar la puerta.

―¿Vas a ir a hablar con él? ―Preguntó Noemí.

―Creo que después, seguro que no quiere verme, por algo se ha ido a su cuarto... Mejor me voy un rato al salón a ver que hay en la tele ―tras decir aquellas palabras se marchó de allí algo cabizbajo.

Lo que no sabía Iván era que iba a encontrarse en el salón también a Bruno, quien se había tumbado a oscuras en el sofá con intención de reflexionar. Entró al salón sin encender la luz y se encaminó al sofá para sentarse en él. Justo cuando comenzaba a hacerlo, notó un bulto, llevándose así un susto.

―¡Joder! ―Exclamó Iván llevándose la mano al corazón.

Bruno se iluminó con el móvil para indicarle que era él, lo que lejos de tranquilizar a Iván, más bien lo alteró aún más.

―Esto, yo ya me... Bueno... ―las palabras no salían de la boca de Iván de forma conexa y con sentido.

―Tranquilo, yo mejor me voy a mi cuarto ―informó Bruno.

―No, espera, hablemos. Bueno, si quieres claro ―añadió Iván.

Bruno solo asintió y se sentó en el sofá de brazos cruzados. En la puerta del salón, madre e hija se encontraban escuchando a escondidas para no ser vistas. A ellas se les sumó Manu, aguardando silencio también.

―Sé que para ti todo esto es difícil ―comenzó Iván.

―Tampoco es difícil de deducir ―bufó Bruno.

―Para mí también lo es. No creas que ha sido fácil todos estos años fingir que eras mi sobrino.

―O quizás sí lo era. Sin preocupaciones ni cuidados. El tío chachi que venía de vez en cuando y traía regalos. El tío con el que hacer muchas cosas divertidas o al que te podías quejar si había pasado algo en casa o en el cole.

―Lo siento... Era lo mejor para todo el mundo. Era demasiado joven. Y tu madre también. Y merecías vivir dignamente.

―Eso no quita que hasta ahora no me hayas dicho la verdad. ¡Que tengo veinticinco años!

―Entiendo que me odies y que no quieras perdonarme.

―¿Cuándo he dicho que te odio? Simplemente es que tú no eres mi padre, lo es Manu. No estabas ahí cuando vomité por primera vez, aunque yo tampoco es que me acuerde. Ni cuando se me cayó mi primer diente. Tampoco cuando...

―Lo sé, no he estado en muchos momentos de tu vida ―intervino Iván.

―Exacto. Has ejercido de tío porque es lo que eres. Da igual lo que diga unos datos biológicos. Para mí nunca vas a dejar de serlo. Y, ¿sabes? Admiro mucho a mi tío como para odiarlo. Llámame raro o masoca.

―¿Cómo que me admiras?

―Desde pequeño. Eras el tío que vivía fuera trabajando en cosas guay como ponerle las voces en mis dibujos favoritos. Me dormía feliz viendo algo tuyo y quería ser como tú. Aunque claro, ahora es diferente. Si tuviera un hijo no lo daría como si fuera un saco de patatas, pero si no pudiera por no tener los medios necesarios, también querría darle una vida mejor. Y eso, eso también forma parte para admirar a mi tío. Así que no, no te odio. Pero no esperes tampoco que te llame papá o que aunque te esté diciendo esto medio llorando signifique que me he tomado esto con la mayor naturalidad del mundo, porque no. Aún me queda asimilar todo esto. ¿Me das tiempo?

―Todo el que necesites, no lo dudes. Gracias... ―murmuró Iván entre lágrimas.

―A ti.

―Al menos me sigues viendo como parte de la familia ―murmuró Iván.

―Sí, pero Manu seguirá siendo mi padre, y Noemí su esposa, no mi madre. Y Mai...

―Tu hermana ―respondió Iván mientras se sacaba algunas lágrimas que aún le caían.

―No.

―Bueno, hermanastra.

―Tampoco. Mai no la he visto nunca como una hermana. Mai es la persona que mueve mi mundo, es la chica que me gusta, el amor de mi vida.

Aquella confesión no había dejado indiferente a nadie, ni si quiera a la aludida, que seguía tras la puerta asimilando aquellas palabras mientras Noemí y Manu la escudriñaban con la mirada.

Maialen se mordió el labio intentando que no se le notase la sonrisa que le estaba apareciendo en la cara lo que le provocaba diversas muecas que en otras ocasiones hubieran deleitado las risas de los allí presentes. La joven salió corriendo hacia su habitación, dejando a su madre con la palabra en la boca. Cuando llegó, cerró la puerta, se tumbó bocarriba en la cama, y abrazándose al cojín que allí tenía, comenzó a mover los pies frenéticamente mientras dejaba que la risa, provocada por la felicidad, fluyese en ella.

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¡Hola familia! Ya dicen que mejor tarde que nunca, así que aquí está el nuevo capítulo de La teoría del Ivo.

Y sí,  este capítulo es protagonizado por los Brunalen, que ya era hora. Sobre todo por la trama Bruno e Iván.

¡Espero vuestros comentarios! ¡Nos leemos en el siguiente capítulo!

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