Capítulo 2: Secreto familiar

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―Tengo una duda, ¿por qué tengo que venir contigo a la estación de tren a recoger a tu amiga?

La joven resopló ante la pregunta de su hermano. No entendía por qué la formulaba justo en aquel preciso momento, cuando podría haberse negado mucho antes.

―Flavio, ¿en serio me preguntas esto a estas alturas? Si quieres esperamos un poco más y me lo preguntas cuando ella venga...

―¡No! ¿Cómo quieres que lo pregunte delante? Simplemente llevo pensándolo todo el camino. No creo que me necesitéis ni nada así. Y, además, yo no conozco a la Samantha esa.

―Porque es un rollo esperar sola, pero vaya, si lo sé no te lo pido... ―negó la joven con la cabeza.

―Da igual, ya estoy aquí...

Poco tiempo después un aviso en la estación les comunicaba que el tren al que estaban esperando había llegado.

Anajú se incorporó inmediatamente haciéndole un gesto a su hermano para que hiciera lo mismo.

―La esperaremos cerca de las escalerillas mecánicas, así con tanto gentío será más fácil que la veamos y que nos vea.

El joven simplemente asintió y comenzó a caminar a la par que su hermano.

Tras un rato de espera, Anajú alzó los brazos con intensidad para llamar así la atención de su amiga, quien terminaba de subir.

―¡Sam! ―Gritó Anajú abriéndose paso entre la gente para abrazar a su amiga.

―¡Anajú! ―Exclamó esta devolviéndole el abrazo―. ¡Me alegra mucho que hayas venido a por mí! Espero que no te hayas aburrido mucho esperándome aquí sola...

―¿Sola? ¡Qué va! Iba a venir sola pero mi hermano insistió en acompañarme y no pude decirle que no.

―¿Tu hermano? ¡Anda, qué guay! Por fin voy a conocer al famoso Flavio...


La música de la habitación contigua se escuchaba por todo el piso, y ni si quiera los tapones hacían que Ariadna pudiera conciliar el sueño. No era la primera noche que le pasaba, pero ya comenzaba a rebosar su paciencia. ¿Es que ni si quiera los vecinos iban a poner una queja? No entendía por qué su compañera de piso no la tenía en cuenta, pero tampoco tenía intenciones de provocar una guerra con ella, porque al fin y al cabo no dejaba de compartir piso con ella.

Por su parte intentaba poner lo mejor de su parte para que vivir allí no fuera un problema, sin embargo, su compañera Eli ponía la convivencia patas arriba.

Tampoco podía mudarse ya que había firmado un contrato y tenía que esperar como mínimo un cuatrimestre antes de marcharse de allí. Tan solo le quedaba esperar.


La casa de Vicky estaría vacía, sino fuera porque a partir de aquel día vivía un nuevo inquilino. Eva había salido con algunas amigas y su tía había ido a conocer a la sustituta de una compañera del cuerpo de baile al que pertenecía. Por esa misma razón, Nick tenía la casa solo para él.

El joven se encontraba tumbado en el sofá leyendo un libro mientras la música invadía sus oídos a través de los cascos. Estaba tan concentrado en su libro que cuando escuchó el timbre se llevó un sobresalto. Tras quitarse los casos y poner el marcapáginas en el libro fue de forma inmediata a abrir.

Tras la puerta se encontraba el novio de su primo, a quien Nick miró con la ceja alzada.

―Mi prima ha salido.

―Vaya, creía que estaría aquí ―dijo el joven un poco desanimado―. Me dijo que viniera a cenar con la familia, pero vengo pronto.

―Sí, para cenar viene, pero no sé cuándo. Si quieres esperar dentro...

―¡Genial! ―Exclamó el muchacho adentrándose a la casa con una botella de vino en la mano―. He traído vino, es el favorito de Vicky. Lo pongo en la cocina, ¿vale?

Cuando Hugo volvió, se encontró al joven concentrado en un libro.

―¿Qué lees? ―Preguntó con curiosidad pero intentando no interrumpir su lectura, por lo que formuló la pregunta en voz baja.

―¿Decías algo?

Hugo señaló el libro.

―Decía que qué leías.


Pronto anochecería y Maialen tenía claro que antes de que esto sucediera, quería salir a pasear con Max. La decisión de hacerlo en aquel momento era poder disfrutar del anochecer junto con su apreciado perro. Sin embargo, sus planes se truncaron cuando bajaba las escaleras y escuchó una conversación que supo, a todas luces, que no debía.

―No hagas ruido, Max ―susurró a su perro dándole besitos, sin soltarlo de sus brazos, mientras se escondía para no ser vista mientras escuchaba y miraba de reojo.

Desde la perspectiva en la que se encontraba, podía observar un poco. Dos voces hablaban en el salón. A simple vista parecía que se trataban de su madre y Manu, pero si miraba a través del recoveco en el que estaba, podía ver que se trataba de Iván.

―Si que hayas vuelto me parece fenomenal, criatura. Si el problema sabes que no es ese ―decía Noemí a su interlocutor.

―Lo sé, Noe, pero es mejor que nada... ―fue la respuesta de Iván.

―Sí, mejor que nada es. Sobre todo porque asientas la cabeza de una vez... Pero sabes que no voy por ahí... Soy de las que piensan que mejor tarde que nunca.

―Sé por dónde vas, pero aún es pronto.

―¿Pronto? Por el amor de Dios, Iván, criatura... Han pasado más de veinticinco años. No digas que es pronto. ¿A qué vas a esperar? ¿A estar en tu lecho de muerte? ¿Cogerás y dirás...?: hermano, hay algo que tengo que decirte. Bruno, sobrino mío, a ti también: Yo soy tu padre.

La teoría del IvoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora