Demonio de Ojos Verdes V: Si vis pacem, para bellum.

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Pasaron 3 días, era de noche, cerca de las 2 de la madrugada. Recuerdo haber estado enfrente de una gran y bonita casa perteneciente a la adinerada familia de Jonathan, que ahora estaba disuelta por mis acciones. Los guardias se movían por un amplio patio que recibía a los vehículos, lleno también de lindos árboles y plantas. Por otro lado, francotiradores se expandían por el techo y lugares específicos de otro patio trasero, que era casi como 4 campos de fútbol. La casa tenía dos pisos y un sin número de habitaciones.

Los hombres y mujeres, que custodiaban aquel lugar, de repente, comenzaron a desaparecer sin antes dejar una mancha de sangre y viseras en el piso, para después sentirse un olor a flores que despistaba a todos los restantes de su verdadera tarea. Yo me encontraba ahí, pendiente de sus movimientos y de lo poco que les quedaba de vida.

Me vestí como una sirvienta, pero era un simple disfraz. Había evacuado a todos y a todas de la casa por canales que hice durante mi entrada, dejando sólo a los guardias que, desesperados, intentaban hacer contacto con sus compañeros caídos.

Pasé por distintas habitaciones y logré identificar a 2 primos mayores que Jonathan. Sin embargo, no fue hasta que encontré una gran puerta al final del corredor en el segundo piso en que no lo encontré. Él sabía que yo iría a buscarlo hasta donde diera el mundo, así que, con la misma calma con la que descansaba, yo me quedé viéndolo durante un buen rato, esperando a que mis ojos lo despertaran de su sueño. Pero no tuve que aguardar mucho tiempo, ya que mi paciencia se había ido por un momento al Himalaya.

—Señor, la cena está servida —le dije meciéndolo un poco. Pero cuando sus ojitos reposaron en mí y se percató del problema en que estaba, intentó escapar inmediatamente, pero yo lo atraje a mi pecho, lugar donde comencé a asfixiarlo.

—Cada acción tiene su reacción, ¿verdad?

Jonathan, en un intento desesperado por respirar, mordió uno de mis senos, y no pudo evitar que de ahí saliera un quejido de mi boca.

—Eres un niño malo —le dije tirándolo al suelo.

Sus gritos, sus desesperados ojos al verme. Era un espectáculo digno de ver, al fin lo tenía en mis garras y no podía escaparse.

—Shhh, querido, ya terminará —le decía mientras que mis ojos amarillos se reflejan en sus perlas llenas de lágrimas.

Lo tomé del cuello y lo golpeé... una y otra vez. Acto seguido, con mis propias manos, comencé a sacarle sus dientes.

—¡diez millones menos nueve! ¿¡Cuánto es!?

El cerebro tiene por reflejo, resolver problemas sin cuestionárselo, aunque esa era la mejor forma de mantener consiente a un individuo y para que no se desmaye.

—¡Me recuerdas! ¡Di mi nombre!

Un hombre que había escuchado los gritos despavoridos de Jonathan, vino a la habitación y me disparó nueve veces en la espalda. Mi saliva salía de mi boca y mi sangre derretía la vestimenta que llevaba encima de otra fabricada por mí con mis largos cabellos plateados y la melanina que la teñía.

—Oye... eso duele... —mascullé mientras que me erguía.

Me abalancé sobre el hombre que me disparó y, mientras que me batía a golpes con él, Jonathan escapaba por la ventana.
Los huesos del hombre que sostenía se rompieron al primer toque, luego, sus órganos recibieron ocho amperios de energía en intervalos 2,5 segundos.

El Renacer De Ares (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora