Naturaleza Innegable VI: Todo Lo Que Amo

0 0 0
                                    

Hay muchas cosas que se pierden en la guerra. Una de ellas es la humanidad y la capacidad para saber qué es lo correcto y lo incorrecto. Yo perdí toda razón en Afganistán, toda moral, toda ética.

Sin embargo, cuando volví, tenía algo al menos; algo que se llama: apoyo familiar. Mi pareja, Sarah y mis dos hijos, Alisa y Robert, estaban esperándome afuera de la habitación de hospital en que estaba. Mis ojos se abrieron de apoco, esperando quizás seguir viendo el desierto y ese silencio característico que había en ese lugar. En cambio, no conseguí nada más que un bullicio en todo aquello que me rodeaba. Había de verdad mucho ruido.

—Esto... no es... —dije un poco débil.

Miré hacia mis alrededores, encontrándome conectada un electrocardiograma, que lanzaba un 'bip' al ambiente al notar un latido de mi corazón. Encima de mi cabeza, a más o menos un metro, había suero que era impulsado hacia mi torrente sanguíneo a través de la intravenosa en mi brazo izquierdo.

De repente, cuando me digné a moverme, un dolor agudo cruzó todo mi cuerpo y me hizo quedarme quieta para no volver a sentirlo. Intenté mover mi cuello que por alguna razón estaba... movible. Escudriñé otra vez con mi vista y vi mi cuerpo tapado con una manta celeste.

—¿Por qué... me duele... tanto? —Fue ahí cuando recordé su cara, recordé todo—. Si... rin... Espero no... haberla matado...

La puerta se abrió, incapaz yo de saber quién era hasta que escuché una voz algo chillona llegar a mis oídos y todo se volvió silencio.

—¡Sarah... niños! —grité moviéndome un poco por lo exaltaba que estaba—. ¡Agh!

—¡Mamá! —exclamó de vuelta Alisa, corriendo a abrazarme. Cuando me fui ella estaba más pequeña.

Sarah estaba mirándome y con una sonrisa, mientras que los niños me rodeaban, a contarme todas las cosas que hicieron, cuántas veces hicieron enojar a Hanako y las veces en que viajaron a Francia o a Italia con ella.

Se hizo la tarde de todo el tiempo en que estuvimos conversando entre familia, hasta que Hanako pasó a buscar a los niños. Pasó a saludarme y a preguntarme cómo estaba, pero el ambiente entre ella y Sarah se mantuvo tenso en ese momento.

—Ven... —le dije estirando mi mano delicadamente hacia ella.

Ella se acercó ya rindiéndose a sus ganas de estar lejos de mí y se paró a mi lado, tomando mi mano con fuerza.

—Los... niños... ¿cómo han... estado? —le pregunté.

—Han estado bien —respondió de forma inmediata y concisa.

—¿Qué... sucede...? —respondí tosiendo con fuerza.

Ella llevó mis manos a su mejilla y me miró con seriedad. Sus ojeras y párpados enrojecidos me hacían entender que la había pasado muy mal últimamente.

—Tú, eso es lo que pasa. Siempre tú y nadie más que tú.

—¿Eh?

—Ya no quiero que vuelvas a Afganistán, Elizabeth.

—No... puedo... —respondí tomando una bocanada de aire.

—¿No puedes? Elizabeth Goldschmidt, mírate. ¿Qué va a seguir después de esto? Dime —notaba que estaba estresada, desecha y preocupada—. ¿Qué sigue?, para prepararme. Lloré por ti, falté al trabajo... paré de ver a los niños por ti...

El Renacer De Ares (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora