Electrósfera

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<2020>

"Hay más cosas en la tierra y en el cielo que en las que has soñado en tu filosofía."

Sólo cuatro paredes. Nada más y nada menos que eso. Murallas de hormigón armado con un refuerzo de titanio de 16 centímetros, la combinación perfecta para que ni el mejor misil anti-búnker pudiera penetrar el techo o las señales de radio. Además, la única salida o entrada, estaba arriba de nosotras. Era un mecanismo infalible ante cualquier intento de escape, sin embargo, mi embarazo los hacía ir hacia ese pozo más de 20 veces al día.

Ellos sabían que el tener a mi hijo de su lado era una clara ventaja, pero yo no caía en la ecuación, por lo que esperaba morir después de dar a luz debido a un disparo en mi cara, o perecer por alguna complicación durante el parto. No quedaba mucho para el nacimiento.

Me quedaban, justo después de desaparecer del hospital de Amenis, dos semanas exactas. La doctora a mi cargo lo dijo con solidez en sus palabras y sin titubear en ningún momento, a pesar de tener a mi madre en frente. Quizás por eso la eligió.
Las contracciones eran peores que tener una muela picada en la boca; eran incluso peor que recibir un disparo. Pero, mientras más se multiplicaban éstas, más entendía que no superaría el parto.

Katya, por otro lado, nunca salía de su esquina. Podía ver su exoesqueleto metálico y parte de su reactor nuclear, pero sólo visible en uno de sus costados que nunca mostraba. No me hablaba, no me miraba; simplemente se quedaba ahí sin hacer nada.

—Katya —dije sentándome a su lado—, has estado muchos días callada, ¿qué pasa?

No hacía ni el menor esfuerzo por establecer conversaciones conmigo o siquiera mirarme aún con los ojos cerrados. Su cara estaba también muy deformada; faltaban partes de su piel sintética, dejando ver un complejo engranaje en una de sus mejillas y lo que sería un enorme radar en su cabeza.

Los días, alumbrados por su ausencia, se hacían más largos. No quería hablar. Pero, a pesar de su posición, yo me acercaba cuando era la hora del almuerzo en el cual tiraban cuerpos moribundos al pozo en que estábamos para que yo los ingiriera. Algunos con heridas mortales, otros tan débiles que no podían mantenerse de pie; todo aquel que ya no podía pelear, era lanzado a ese pozo para alimentar mi cada vez mayor apetito.

Sin embargo, cuando menos me lo esperé, un gran remezón hizo retumbar la estructura. Escuchaba mucho movimiento arriba, hasta que otro remezón más fuerte hizo que algunas cosas se cayeran en una sala que estaba encima del pozo.

—Es artillería pesada —dijo Katya de repente.

—¿Amenis? —pregunté mirándola, mientras que otro remezón llega al poso, haciendo que cayera unas pequeñas rocas de la grieta que se había hecho en el techo.

—No. si Amenis hubiera decidido atacar, ya estaríamos en Ustio —dijo.

—¿Entonces qué sucede? —pregunté otra vez.

—Es el comienzo del fin, Elizabeth —dijo—. Pero para el ser humano.

Me quedé atónita, mirándola a los ojos, entendiendo ahora por qué ella se negaba a luchar, porque todo aquello que habíamos sufrido juntas; las investigaciones y seguimientos de objetivos importantes, se había reducido a un increíblemente simple plan.

Para cuando ella quiso decirme más, me encontraba ya en el piso, inconsciente; inmóvil, pero sintiendo todo a mi alrededor. Escuchaba a hombres gritar con todo sus pulmones y otros moverse; hablar entre sí en una combinación de ruso y árabe para después ser nada más que ecos que rebotaban en el techo o murallas.

Logré recobrar mi plena consciencia y control de mi cuerpo cuando me encontraba ya en otra habitación. No escuchaba nada y si lograba oír un murmullo, éstos era información repartida entre ecos o ruidos aleatorios sin una definida palabra qué entender. A pesar de todo, mi única compañía era un chico de unos 17 años, que se sentaba afuera de mi celda oscura. No hablaba, ni se movía durante horas a no ser que sea para comer algo o estirarse.

El Renacer De Ares (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora