Demonio de Ojos Verdes II: Un Conocido Pasado.

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Caminaba a la deriva, con mi cuerpo limpio, ya que la sangre había sido absorbida por mi organismo. Mis ropas rasgadas por las peleas y pequeñas cicatrices que no alcanzaron a desaparecer por mi regeneración se mostraban a la lluvia que chocaba contra mi piel.

—¿A dónde vas, Ellie? —dijo una voz a mi espalda que encajaba con la de Erika.

—¿Erika? —pregunté.

—Elizabeth... —dijo ella mostrándose sutilmente por atrás de un árbol caído por mi lucha.

Corrí despertada intentando encontrarla, pero no estaba. Su voz retumbaba en lo profundo del bosque y la lluvia la acallaba, confundiéndome aún más.

—¡Erika! ¡Respóndeme! —exclamaba mirando hacia todos lados, esperando volver a escuchar de nuevo su inconfundible voz.

—¡Ayúdame! ¡Ayúdame! —decía en mis tímpanos con un volumen increíblemente alto que me dejaba de rodillas.

—Eri... ka... —murmuraba.

—¡Erika!

Abrí los ojos de repente, aferrada a las sábanas de una cama con un olor conocido, con los ojos hechos un río y con la garganta llena de nudos.
Era una cama matrimonial muy cómoda y acogedora, sin embargo, el olor que reconocía no podía ser de nadie más y nadie menos que Yae, pero había otro muy sutil, que se escondía entre las frazadas. No obstante, el olor se perdió cuando la puerta de la oscura habitación se hizo rechinar al abrirse delicadamente.

—Hola —decía Yae sin sus ropas de Miko, pero sí vestida de una mujer común y corriente—. ¿Cómo te sientes?

—Yo... ¿qué pasó?

—Las ninfas te emboscaron.

—¿Ninfas? —pregunté tocando mi cabeza.

—Juegan con los sentimientos de las personas. Tienes suerte de que te haya encontrado antes de que te comieran.

—¿Ah? Bueno, no importa... tengo que salir de aquí... —Puse mis pies en el piso, pero ellos no respondían. Yae me atajó antes de que cayera al suelo alfombrado.

—Tuz oídos casi no funcionan. Debes descansar, Elizabeth.

—Déjame, Yae... No quiero meterte en problemas.

—Tranquila, nadie te encontrará aquí. Deberías estar hambrienta, te traeré algo de comer —dijo ella acostándome de nuevo en la cama.

Sus manos estaban frías, y su cuerpo parecía estar cansado. No sabía lo que le sucedía en ese momento, pero tampoco era muy tarde para averiguarlo.
Ella llegó un rato más tarde con un plato de sopa y un pedazo de pan en una bandeja de madera.

—La acabo de hacer, así que ten cuidado con quemarte.

Yae se sentó en la cama y, luego de despegar las patas de la bandeja, procedió a darme una cucharada llena de sopa.

—Abre la boca... —dijo casi en un murmuro.

—Puedo hacerlo yo sola... gracias —dije interceptando su mano con la mía, que estaba vendada por razones que desconocía. Sin embargo, no me faltó tiempo para darme cuenta de por qué estaba vendada, ya que cuando sentí la cuchara un agudo dolor cayó y me hizo soltar un leve chillido. La sopa manchó el pijama que traía puesto y parte de las frazadas.

—Déjame limpiarte.

—Lo haré yo misma, dame una servilleta.

Ella no sólo me limpio, sino que me impidió intervenir en mi limpieza. Estábamos muy cerca, quizás 20 centímetros nos separaban una de la otra, mas aquel acercamiento me dio la posibilidad de leer su expresión. Ella estaba muy afligida, escondía todo a través de esa sonrisa que me había dado unos momentos atrás.

El Renacer De Ares (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora