Olvido y Perdón III: Lazos Externos.

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Apenas me di cuenta y ya había anochecido. Logré caminar hasta la puerta por donde entramos y luego de romper la ventana del vehículo policial, por fin pude descansar.

—Dios... —murmuré.

Por mi cabeza pasaron millones de recuerdos; cosas buenas que hizo, cosas malas; regalos, mimos y muchos otros momentos en donde la felicidad que pasé  con mi papá se hacía presente y tan claro como el agua. Lloré, pataleé y grité durante horas por la impotencia que aquello me provocaba. No poder salvarlo, no poder si quiera disculparme o pasar un último con él.

—¡Mierda! —vociferé luego de ver mis nudillos rotos de tanto golpear el manubrio del vehículo y de calmarme un poco. Pero de repente, cuando tomaba de la botella con agua que había en el asiento del conductor, escucho un golpe en el vidrio del vehículo, no puedo decir con exactitud cuál de todos, pero afuera había una mujer de pelo rosado y largas orejas de conejo que me veían desde el asiento del copiloto.

—Eres Elizabeth, ¿verdad? —preguntó ella —. Abre la puerta, Altair me mandó.

Sin pensarlo muy bien, agarré la pistola y emití dos disparos que rompieron el parabrisas y la ventana del copiloto. Abrí la puerta cautelosamente y miré hacia los dos lados, encontrándome nada más que con oscuridad y hojas caídas, pero cuando logré tomar la iniciativa de investigar, desde mi espalda me tomaron y me tiraron al suelo.

—Lo siento, no me dejas alternativa —dijo ella incapacitándome moverme libremente.

Solté la pistola al sentir que mi brazo le iba a decir adiós a mi hombro y solté un quejido por el dolor que aquello me provocaba.

—¡Ya entendí, ya entendí! —grité al notar que ella no se detenía ni un poco.

—Oh, lo siento —se disculpó al mismo tiempo en que se levantaba.

Ella me tendió su mano y, cuando nos tocamos mutuamente, un pequeño chispazo iluminó, en menos de una milésima de segundo, el espacio que todavía había en nuestras manos. Caí al piso estrepitosamente luego de que ella soltara mi mano a medio camino.

—¿Qué fue eso? —preguntó ella.

—¿Y me lo preguntas a mí? —devolví la pregunta.

Terminé parándome por mí misma y la vi a la cara para reconocer sus rasgos físicos. Era una mujer bastante hermosa, pelo rosado, cuerpo delgado y casi no se notaban sus líneas de expresión. Sus ropas eran algo peculiares por el simple hecho de que traía un traje de Miko. Tenía una falda roja corta, mangas que colgaban desde su antebrazo y un Obi en que se cruzaban el color rojo y el blanco.

—Tendremos que ir a pie, Elizabeth. El camino está muy difícil para un vehículo —acotó moviendo unas Katanas colgando de su cintura.

—Sí, pero...

—¿Pero? —Me vio mirar hacia atrás con preocupación, mientras agarraba el collar de mi padre —. Todo estará bien, Elizabeth. No tienes que preocuparte.

Sentí sus manos tocar las mías y, viéndola ahora directamente a sus perlas azules, un sentimiento de nostalgia y melancolía me invadió. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me abalancé sobre ella como si la conociera de toda la vida para comenzar otra vez con mi lloriqueo.

El Renacer De Ares (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora