Naturaleza Innegable IV: Segundo Despliegue.

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<2017>

El 12 de diciembre volví a Afganistán con mi equipo. Me despedí de toda mi familia, que estuvieron conmigo todo el tiempo en que estuve en casa. Me dolía el corazón cuando Alisa y Robert me miraban abordar el avión. Sarah estaba triste, yo quería llorar y apagarme a ella por el resto de mi vida, pero el deber llamaba.

Cuando llegamos a Kunduz después de unas horas de viaje en avión y otras más en helicóptero, nos recibieron con disparos como esperaba y granadas propulsadas por cohete. Era como si los mismos terroristas nos dieran una alfombra roja al llegar a su ciudad en ruinas. Aquel día fue una vuelta a la normalidad en donde los sonidos fuertes y la adrenalina de tener a la Muerte a la vuelta de la esquina eran pan de cada día.

Resistimos muchos ataques las primeras semanas. ¿Intentaron matarnos? O sea, estamos en guerra, duh. ¿Los matamos a todos? O sea, a eso íbamos, duh.

Contábamos con más equipo que ellos y apoyo aéreo que nos sacaba siempre de nuestros apuros con los insurgentes. No había duda de que estábamos bien preparados, pero si algo me enseñó esa guerra es en no confiar en nadie puertas afuera de la base. Desde ahí empieza el despliegue.

Navidad pasó y fin de año fue como cualquier otro día para nosotros. Con la diferencia de que nos aumentaron el sueldo unos miles de euros más. No teníamos más a lo que apegarnos que a nuestros fusiles mientras resistíamos en los muros de la base. Durante el día hacía un calor de mil demonios y durante la noche estábamos en la puta Antártida

Los problemas eran muchos y fueron aumentando cuando llegaron las cámaras. Sus corresponsales decían lo que tenían en un papel fuera del campo de de visión de la cámara. Era una basura. Claro, nosotros, los que salíamos de la base, no estábamos muy cuerdos, por lo que más de alguna vez los interrumpimos. Eran los payasos de la base cuando estaban en vivo y más aún cuando nos atacaban.

Pero todo cambió cuando mi oficial a cargo me ordenó llevarlos fuera de la base, a la ciudad de Kunduz. Yo no sólo intenté que los pusieran en otro equipo, sino que también intenté hacerlo razonar sobre la decisión que acababa de tomar mi superior, pero no hubo caso.

Estaba con la mierda hasta el cuello y la próxima rotación empezaba en unas horas después de dada la orden. Enojada y con un sentimiento de preocupación y carga sobre mis hombros tremenda, me fui a mi cama esa tarde. Era temprano, aproximadamente las 2 PM. Sea lo que sea que tuviera que hacer con esa manga de corresponsales, tenia que estar lista, empezando con quedebía dormir aunque sea un poco antes de ir.

Hasta que, justo antes de siquiera poner mi cabeza en la dura almohada, escucho dos toques en el marco de la puerta.

—¿Hola? —preguntó un hombre algo joven. Mirándolo de reojo, era el conductor de los corresponsales. Un Español que no tenía ni la más mínima idea de lo que significaba estar en Afganistán—. ¿Elizabeth? Soy Hernán, corresponsal de guerra ¿Tienes un momento?

—No —respondí tajantemente—. Hablaré con ustedes cuando tenga que hacerlo.

—Son sólo unas preguntas no nos tomará más de unos minutos.

—Vete —volví a responderle.

Escuché sus pasos alejarse y sentí mis ojos cerrarse. Esa fue una sanción tan bonita y saludable, que pensé que jamás despertaría. Dormí unas 12 horas, despertándome sólo para orinar, comer o incluso masturbarme. Tenía esa conducta de vez en cuando para mantenerme cuerda y descansar bien. No era la única mujer que tendía a autosatisfacer sus necesidades sexuales a través de la masturbación, eso era seguro. El sicólogo de la base nos ha dicho en cada reunión que en hacerlo no había nada de malo y que lo hiciéramos al menos 4 veces a la semana. Nos quitaba un gran peso de encima.

El Renacer De Ares (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora