Capítulo 32

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Narra Yuuichirou:

—Bueno, bueno, podrían decirme, ¿cómo es que todo esto sucedió? —pido, mirando de mi amiga a mi pareja y de regreso.

—Vamos Yuu-san, no debes preocuparte por eso —habla la chica de cabellos lilas— no preguntes, solo gózalo... —De manera extraña, alarga la última vocal, mientras con su mano derecha hace una muy mala imitación del movimiento de las olas del mar.

Sin mayor expresión, enarco una ceja y es más que suficiente para que Shinoa sepa que más que una petición, es una exigencia de mi parte el saber sus artimañas, así que después de un par de risillas en las que intenta aplazar el tiempo, suelta un bufido y se rinde.

—A veces eres demasiado aburrido, Yuu-san —se queja, cruzándose de brazos y mirando a otra parte, a lo que yo me limito a rodar los ojos, quitándole importancia a su reclamo.

Todos los presentes nos mantenemos en silencio, esperando que la chica comience con el relato, mas, ella prefiere mantenerse en su posición; en una extraña (e infantil) forma de darnos a entender que no tiene intención de contarnos.

—Shinoa me llamó —habla mi chico, sin deshacer el agarre de nuestras manos—. Me dijo que Guren les había avisado que la clase se había cambiado de horario, me preguntó si yo sabía algo... —hace una pausa, como si se lamentase de decir lo que sigue—, yo no había recibido ningún mensaje, así que le pregunté a Ferid, que normalmente él es quien se entera primero de este tipo de cosas, pero tampoco sabía nada.

—Ahí fue cuando supe qué estaba pasando —interrumpe mi amiga con voz seria, olvidándose de su berrinche— y, bueno, ya que Yuu-san no podía contactarnos ni a nosotros, que somos sus amigos, supuse que mucho menos a Mika-san, que es técnicamente la razón por la que está castigado...

— ¡Shinoa! —La reprendo al instante, levantándome con levedad de mi sitio. La sangre se arremolina sin pudor en mis mejillas ante el recuerdo de los dulces y perfectos besos que al ser descubiertos, nos llevaron al momento actual—. ¿Mika? —lo llamo confundido al sentir su mano posarse de manera suave sobre mi hombro, pidiéndome que me calme de manera silenciosa.

—Ella tiene razón, Yuu-chan —contesta con una pequeña mueca llena de culpabilidad, que asemeja a una sonrisa— hasta cierto punto, es culpa mía el que te encuentres castigado.

— ¡Eso no es verdad! —lo contradigo enseguida. Él me mira con pesar y sé que tiene intención de argumentar su punto, por lo que antes de que lo haga, me lanzo a sus brazos sin pizca de delicadeza, dejándolo recostado en el suelo, y yo, sobre él— eso no es verdad... —repito con tono susurrante, para que sea solo él, quien pueda escucharme— y aunque así fuera, no me importa. No me importa nada, Mika —digo, aferrándome a su cuello con fuerza, decidido a nunca apartarme de su lado— el estar castigado no podría importarme menos, estoy feliz de estarlo, estoy feliz porque sé lo que me llevó a eso —murmuro, sintiendo que mi rostro arde— tan solo quiero estar contigo.

—Yuu-chan —pronuncia mi nombre con voz grave y aterciopelada, como si temiera ser muy rudo al hablar, como si se negase a que alguien más lo escuche, como si me suplicase por algo que yo sin dudar le entregaría, y ante todo aquello, no puedo evitar temblar entre sus brazos.

Estoy avergonzado, sonrojado y apenado, pero si él va a decir mi nombre así después de cada confesión, quiero expresarle lo que siento un millón de veces, cada día, en todo momento; quiero decírselo tanto como me sea posible. Porque mi nombre nunca me había gustado tanto, hasta este momento.

—Ejem —finge una tos el de cabellos rosas, recordándonos el lugar en el que nos encontramos, por lo que enseguida Mika y yo nos separamos; él fija su mirada en la entrada y yo en una pared del fondo— ¿Podemos continuar, o el par de homosexuales van a seguir mostrando su amor?

A la luz del reflectorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora