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Gabriel se despide de Leoren cuando esta le saca de la habitación superpuesta. La mujer le dice que tiene algunos asuntos que atender, cosas relacionadas con Urobthos, pero nada de mayor importancia, y le aconseja que vaya a casa, diciéndole que Román debe estar al caer con la sangre de Herr ya lista.

Gabriel le sonríe con una inocencia que no tiene, finge un bostezo y, alegando que está cansado, le asegura que va a ir directo a casa y de cabeza a la cama. Cuando Leoren le da la espalda y desaparece con una velocidad que no es normal en una embrazada, Gabriel cambia radicalmente la dirección de su marcha.

Sabe que esos asuntos poco importantes de la bruja son una reunión con Herr y sabe que se hará en La Mina, hacia la media noche y que Román pretende ir ahí antes a por sangre. Gabriel ha tomado la decisión de advertir a Leoren de cuanto falló su magia cuando trató de dormirlo, pero no ahora. Primero irá a por Herr antes de que Román la pueda cagar y después se preocupará de Leoren y de su bebé.

No queda más de una hora para la media noche, así que Gabriel tiene que dar una enorme bocanada de aire, cerrar los ojos recordando los planos de la ciudad que le obligaron a memorizar a los ocho años y salir corriendo tan rápido que levanta el polvo con la suela de sus zapatos.

Sus pulmones arden, pero va tan rápido. Fue siempre el primero en todas las carreras que hacía en los entrenamientos de la organización y hoy en día se enorgullece enormemente de sus aptitudes físicas. Entrena duro, pero no tan duro como muchos de sus otros compañeros con resultados que, al lado de los suyos, lucen mediocres y casi risibles. Se dice a sí mismo que tiene suerte, después se ríe porque tener a tus padres muertos y haber tenido que ver como tu padre mataba a tu madre y después moría en tus manos no le parece algo de personas afortunadas, pero tampoco lo piensa mucho. O sí, pero no quiere admitirlo.

Llega a la entrada de La Mina en menos de cinco minutos, cuando el recorrido sería casi de quince para cualquiera de sus compañeros -de veinte para el maldito manco por el que le han mandado a esa misión suicida que quizá está disfrutando más de la cuenta-. Cuando a alcanzado la zona tiene que pararse de golpe, haciendo un derrape que le desestabiliza, y después apoyar las manos en sus rodillas y curvar la espalda mientras trata de regularizar su respiración. Algunas gotas de sudor caen por su rostro y tiene la visión borrosa, está cansado. Pero no importa, tiene que hacerlo.

Si no lo hace Román irá, le descubrirán cuando vean que no muere y Urobthos enviará tantos refuerzos que no podrán ni mover un maldito dedo. A Román posiblemente lo meterán en un ataúd y lo tirarán al fondo del triangulo de las bermudas, a la embarazada la trincharán como a un pavo en navidad y a el se lo cenarán para celebrarlo. Y no, no está en sus planes que nada de eso suceda, aunque tirar a Román al mar le suena divertido, no puede permitírselo.

Gabriel recupera el aliento y cuando siente que el mundo ha dejado de dar vueltas hace lo planeado. Cierra su chaqueta negra y raída, la que tenía en el fondo del armario tirada porque parece de drogadicto -y eso le viene de perlas ahora, se pone la capucha y lleva las manos a los bolsillos. Va con unos pantalones de deporte holgados, que le permiten máxima movilidad y le dan un aspecto desaliñado totalmente adecuado a la zona y la hora, también lleva unas viejas bambas deportivas con la suela sucia y la goma algo desgastada.

Inmor(t)al [En Amazon] (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora