Román mira a su alrededor, las paredes grisáceas y llenas pequeños dibujos y de pintura que cae a trozos son exactamente iguales que los de la sede de la organización. No sabe realmente si está ahí o no. Después de ofrecerse y ser capturado por los vampiros de Margaret le golpearon la cabeza hasta hacerle perder el conocimiento, así que no recuerda como ha llegado hasta aquí.
Aun así, la composición del lugar parece más reveladora que cualquier lucidez de su mente. Suspira, de poco le sirve saber donde se halla si pronto va a ser metido en una caja y arrojado a las entrañas del mundo para no ser liberado de nuevo. La idea le aterra hasta el punto de hacerle temblar, pero en el momento en que vio a Gabriel en manos de Margaret no hesitó antes de arrojarse a ese terrible destino.
Al menos, de ese modo, su eternidad estará salvando a alguien que quiere, no matándolo. Quizá es la primera vez que logra cumplir la promesa de proteger a uno de sus amantes. Cierra los ojos y en cada parpadeo ve los rostros de quienes ya se han ido, desea no ver nunca el de Gabriel grabado en sus párpados como si fuese un epitafio de sí mismo. Espera verle solo cuando abra los ojos, saber que por lo menos él si está bien.
Pero, aunque esté feliz de haberlo salvado, al menos por ahora, también se siente horriblemente frustrado. Tantos siglos intentando encontrar la cura y ahora, teniéndola casi en la punta de sus dedos no puede permitirse ni rozarla.
Román suspira de nuevo, lamentándose, su voz llena la estancia de forma leve, un eco de su tristeza resuena. Está en un lugar grande, una sala redondeada con un techo alto y ni un solo mueble en ella. En la pared donde él se apoya no queda nada de pintura, solo la masa gris e insípida que la subyace, toda agrietada. Y de ahí salen dos pesados esclavones, unidos a dos cadenas que le apresan cada mano.
Tira de sus restricciones de metal, por lo mucho que pesan y el macizo sonido que hacen al chocar con el suelo sabe que son resistentes. Lo suficiente como para dude si puede o no romperlas. Tampoco está seguro de si es buena idea o no escapar, pero sabe que es una posibilidad que no puede dejar de lado; Margaret no tiene por qué cumplir su palabra de dejar vivir a Gabriel, por eso Román necesita planear como incumplir él también su parte del trago.
Como si la hubiese invocado con esas ideas, Margaret aparece con hermoso y largo vestido color cereza que se ciñe a su cuerpo, pero se cierra los suficiente para lucir sobrio y elegante. Tiene también algo de colorete y los labios pintados de un color mate exacto al de su atuendo.
—¿Qué se celebra? —pregunta irónico, mirándola con desdén desde el suelo.
—¡Un entierro! —exclama feliz, alzando los brazos al aire y después mirándolo profundamente. —Tu entierro, solo que se celebra que esta vez el cadáver está vivo. Me gustaría poder hacerlo ahora, pero tomaremos muchas medidas para que no escapes, por eso los preparativos se están alargando tanto. Dime ¿Prometes no escapar hasta entonces? No estoy segura de si estas cadenas podrán retenerte mucho tiempo.
—Solo si demuestras que Gabriel está vivo. Quiero que lo devuelvas a su mundo, sácalo de este infierno. —exige. La mujer le mira risueño y se le acerca.
Se agacha a su altura, pero lo suficientemente lejos como para que Román no pueda alcanzarla.
—¿Con esto? —pregunta inocentemente, abriendo la palma de su mano y mostrando el vial rojo. Román sabe la respuesta y sabe que ella la sabe. No entiende qué trama hasta que la vampiresa destapa el frasco y bebe de un solo trago el contenido. Román la mira sorprendido, ella se seca los labios de un lametón y dice, encogiéndose de hombros. —Es una lástima.
—Si lo matas o le tocas un solo pelo... —murmura empezando a sentir la ira arder en sus venas.
—Tranquilo, nadie le tocará, es un tesoro para nosotros ahora y para siempre.
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Inmor(t)al [En Amazon] (Yaoi)
FantasiaGabriel tiene un solo objetivo en la vida, matar a Román, el auténtico inmortal y acabar con su raza. Y Román tiene también un único objetivo, suicidarse. Ambas misiones parecen imposibles hasta que empiezan a sospechar que la inmortalidad de Román...