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—¿Cuándo falta? —pregunta Gabriel mientras sigue tirado en el suelo del camión con la vista perdida en la oscuridad y el cerebro en un delgado espacio entre el sueño y la vigilia, como si alguien hubiese pulsado con precisión el botón de encendido y apagado, pero dejándolo justo en el medio.

—Preguntas eso cada media hora. —se queja el vampiro, mirándolo con una ceja alzada. Las primeas veces trató de callarlo besándolo, pero después de Gabriel le apartó, diciéndole que realmente esos serían sus últimos besos. —Y lo has preguntado ya doce veces, así que deberíamos haber llegado.

Justo cuando Román dice eso el motor tose secamente y de golpe deja de rugir. Ya no están moviéndose, así que deben salir rápido antes de que el tipo abra la camioneta junto a los trabajadores del supuesto bar y les vean ahí metidos como ocupas confundidos.

—Vamos, acércate a la puerta. —Gabriel hace caso y, acuclillado y con un arma en la mano, se pone frente a las puertas del lugar, aunque debe guiarse palpando. —Aún no, aún no... —murmura, escuchando como los pasos del conductor se alejan poco a poco. —¡Ahora!

Da una patada a la puerta, reventando el cierre, y salta afuera. Gabriel baja tambaleándose, con las piernas como un flan y los ojos entrecerrados porque pese a ser de noche se siente deslumbrado. Mientras trata de acostumbrar la vista a la tenue luz del lugar, él se pone tras el chico, cierra las puertas de nuevo y arma el cierre con sus manos, usando su fuerza para moldear el metal como si fuese plastilina.

—Corre, escondámonos. —advierte Gabriel cuando escucha una puerta abrirse en el edificio, es la puerta trasera, por donde salen un tipo gordo que parece ser el conductor y diversos hombres y mujeres enormes.

Román le empuja un poco y ambos corren detrás de la esquina del lugar, observando la escena desde lejos. El camionero dice un par de cosas a los trabajadores, que lo miran con cara de pocos amigos, después sube al sitio del conductor, arranca las llaves, se baja la gorra y se pone a dormir.

Las otras personas, todas altas, musculosas e intimidantes, empiezan a descargar.

Román inspira y se cubre la nariz.

—Licántropos... —inspira de nuevo y hace otra mueca, abre la boca y su nuez sube y baja como en una atracción de feria. —Y son todos alfas.

—¿El bar es una tapadera para una manada de lobos? —pregunta Gabriel casi sin poder controlar el tono de su voz. Román asiente mientras mira fijamente como los hombres y mujeres entran por la puerta trasera, abren una trampilla y descienden por unas largas escaleras. —Pensé que los lobos y los vampiros eran enemigos.

—Te sorprendería ver la forma en que las razas se alían por poder. Cuando se trata de eso no existen ni amigos ni enemigos.

—Creo que el cabrón de Dem es quien me ha ayudado a entender esa mierda... Nunca pensé que las cosas eran así ¿Crees que he sido muy estúpido?

Román ríe y le mira de reojo.

—Un poco —después suspira—, pero todos lo somos al principio ¿No?

—Tú sigues siendo estúpido —le saca la lengua y cambiando el tema drásticamente dice: —¿Qué hacemos?

—Son lobos, así que si un humano entra van a percibirlo. Si entras por esa trampilla, que debe ser una zona secreta, te cazarán en menos de un minuto, así que iré yo, a ver que puedo averiguar. El olfato de los lobos no detecta a los vampiros.

Inmor(t)al [En Amazon] (Yaoi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora