Prólogo

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Still don't know my name - Labrinth

Las noches se manifestaban con fuerte presencia en la ciudad de Nueva York y todos lo sabían. Especialmente Borja, que había pisado el Brook's cada noche de fin de semana que se le concebía. Es que sin dudarlo, si existiera un premio al mejor cliente o al más fiel, él sería el primer nominado y posiblemente el ganador. Aquella noche no era la excepción de mostrar su amor por aquel club nocturno y allí se encontraba, sentado en su reservado privado con un vaso de Ron en la mano y la otra estaba apoyada sobre el respaldo del sofá.

Notó la presencia de una joven de cabello rubio y largo que caminaba por delante de su mesa, observó cómo danzaba su cadera como si fuera a ir en cámara lenta. Desapareció de su vista antes de que pudiera decirle algo para llamar su atención. Sin embargo, siguió mirándola a lo lejos. Se había detenido en la barra. Decidido a ir por ella, se levantó del sofá y recorrió el mismo camino que esta muchacha hizo para dirigirse hacia allí.

Llegó y se sentó a su lado.

—Dos Martinis —Alzó la voz para que el bartender pudiera escucharlo. Miró a la joven, que lo había notado y se volteó a verlo —Increíble como el destino ha querido cruzarnos.

—¿Qué dices? —Preguntó confundida.

—Es decir —hizo una pausa para tomar ambas copas y ofrecerle una —Estamos entre 300 personas, pudimos conocer a cualquiera de ellas pero aun así aquí estamos, solo nosotros dos.

La rubia aceptó la copa y lo miró por unos segundos, pensando que responder. Largó una pequeña carcajada y le dio un gran trago al Martini.

Sabía perfectamente a que venía el muchacho que se encontraba frente a ella. Sus intenciones estaban claras y suyas también.

—¿Estás buscando compañía para esta noche?

Lo examinó, llevaba un traje negro con una camisa del mismo color debajo. Cabello negro, ojos azules hipnotizantes y una barba poco crecida. Tenía una expresión amena.

Se detuvo en sus manos, descartando que tuviera esposa. Hombres que eran poco hombres, odiaba esa clase de tipos.

En definitiva, le parecía atractivo y a simple vista parecía tener dinero. Era el cliente perfecto.

Borja abrió levemente los ojos al escuchar la pregunta de la rubia, que lo miraba con una sonrisa seductora.

—Claro, siempre viene bien tener un poco de compañía ¿No? —Sonrió.

Ahora que la tenía cerca, precisamente a cincuenta centímetros, podía analizarla a detalle. Sus ojos azules claros fueron los primeros que captaron su atención. Sus labios fueron los segundos, eran carnosos y brillaban por el gloss que les había aplicado. Tenía algunas pecas poco visibles esparcidas por toda su cara.

—Son mil dólares —Respondió ella sin titubeos, llevó una de sus manos a la pierna de él y comenzó a subirla poco a poco.

El pelinegro le dio el último trago a su copa y asintió pensativo, sin quitar la sonrisa de su boca.

Nunca había pagado por sexo, pero esa chica de cuerpo escultural valía cada centavo que podía salir de su billetera y Borja lo sabía.

«Siempre hay una primera vez», pensó él.

Sin más que decir, tomó con delicadeza la mano de la joven, para que lo acompañara hacia la salida. Los hombres presentes que lo conocían, lo observaban con un poco de envidia. Siempre se retiraba del lugar con las mujeres más hermosas y una sonrisa victoriosa en su rostro. Esta vez no era la excepción.

Al salir, le hizo una seña con la mano al muchacho que se encargaba de aparcar los autos y antes de que pudiera suspirar, ya tenía su BMW azul frente a él. Caminó hasta la puerta del acompañante, abriendo esta e invitando a la rubia a subirse. Ella rápidamente bajo de la acera, dio la vuelta, subió y no tardó mucho en asombrarse al ver el auto por dentro. Nunca antes se había subido a un auto de alta gama en su vida.

—Me sorprende que no tengas un chófer —Admitió ella.

—¿Qué te hace creer que debería tener un chófer? —Volteó por unos segundos a verla.

—Dedujo que eres rico. Los ricos siempre tienen chófer.

—No todos los ricos somos iguales, a algunos nos gusta manejar nuestros autos nosotros mismos —Dijo con cierto tono divertido.

Subieron al ascensor que los llevaba hasta el piso donde estaba departamento y Borja se acercó con prisa hacia la rubia.

Agarró su rostro con ambas manos y comenzó a besarla con algo de prisa pero sin perder la delicadeza. Sus labios encajaron a la perfección y sus lenguas estaban deseosas por encontrarse. Su suave piel se erizó al sentir las caricias que le brindaba con la yema de sus dedos en sus mejillas. Él bajó una mano a su trasero y lo apretó ligeramente por encima de su prenda.

El ascensor frenó y él extendió su mano invitándola a salir. Primero se arregló su vestido y luego tomó su mano para seguir sus pasos.

Ella se encontró con un departamento demasiado lujoso y moderno, pero era de esperarse, ya que este pertenecía a uno de los edificios más grande de Manhattan. En cada rincón que miraba, había decoraciones u objetos que no podía ni imaginarse cuanto valían.

—Ven, siéntate aquí, buscaré algo para tomar —Murmuró Borja alejándose, señaló el gran sofá y fue hacia el bar que tenía a un lado del living con más de 50 bebidas diferentes, algunas alcohólicas y otras no.

La rubia le hizo caso y se puso cómoda en el sofá aterciopelado. Pasó sus dedos por él, su textura era demasiado sedosa.

Sacó su móvil y en 5 segundos la música ya estaba sonando.

Volvió y se sentó junto a ella.

—¿Quieres que baile? —Preguntó juguetona.

—Me encantaría —Respondió él con una sonrisa.

Ella se paró con ligereza y comenzó a bailar al ritmo de la música. Borja no apartó sus ojos en ningún momento. Admiraba cada movimiento que hacía frente a él, se sentía en el cielo donde era el mismísimo dios.

Quitó su vestido verde esmeralda con lentitud, dejando al descubierto su delgado cuerpo casi desnudo que solo llevaba bragas. Se sentó en el regazo de él, con una pierna a cada lado. Lo besó, esta vez, como si quisiera que ese momento fuera eterno, se alejó un poco y empezó a desabrochar su camisa negra mientras él rozaba suavemente su cintura subiendo hasta sus pechos pequeños pero firmes y saboreables. Los acarició y llevó un pezón a su boca, rodeándolo con la punta de su lengua.

Le arrancó un gemido ahogado mientras ella se encargaba de quitarle la camisa y pasó las manos por todo su torso trabajado. Sus brazos se veían fuertes y las venas de sus manos sobresalían por debajo de su piel. Tomó su pantalón, el cual desabrochó con rapidez y descendió.

Borja se relajó y disfrutó cada caricia que le estaba brindando. Bajó su mirada y se encontró con ella, que también lo estaba mirando. Su miembro erecto ya estaba entre sus manos. Dejó que se le escapara un jadeo y con una mano corrió el cabello de su rostro.

La noche transcurrió como minutos corriendo una maratón. Pero cada maldito minuto había sido disfrutado al máximo.

Miró a Borja, que permanecía acostado a su lado bajo las sabanas de su enorme cama.

En ese instante la joven de cabello rubio se dio cuenta de algo, no sabía su nombre. Tampoco se lo había preguntado y la duda en ese instante la estaba invadiendo.

—¿Cómo es tu nombre? —Preguntó, sonaba como una urgencia. Pero simplemente era curiosidad.

—Borja, ¿Y el tuyo es? —La observó fijo.

Sintió como sus ojos azules la atrapaban.

—Zoe, mi nombre es Zoe —Respondió con suavidad.

Me quedaré contigo una noche más ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora