Capítulo 30

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Dos meses después.

Habían pasado ocho semanas y solo quedaban otras ocho más para el estreno de la obra que se acercaba a pasos agigantados.

Zoe permanecía casi las veinticuatro horas de su día metida en la academia. Su rutina se dividía en clases por la mañana, los ensayos de la obra y el trabajo en el turno de los niños por las tardes.

Entrenaba duro en cada ensayo e intentaba mantener su mente ahí, de todos modos, continuaba pensando en Borja.

Incluso lo llamó reiteradas veces, pero él nunca respondió.

—Una vez más y terminamos —Max se colocó en posición, esperándola.

Volteó a verla, Zoe tenía la mirada perdida en su móvil.

Esperaba que Borja diera señales de vida, que al menos le dejara un mensaje en su buzón de voz o que le escribiera un mensaje de texto. Sus esperanzas de que algo sucediera empezaban a esfumarse.

—Maldita sea, Zoe —Murmuró Max perdiendo la paciencia.

Rodó los ojos y dejó el móvil sobre el piano.

—¿Sabes qué es lo que menos extrañaré cuando finalicemos por completo con la obra? —Murmuró acercándose a él y sonriendo con falsedad —A ti.

Seguía molesta por tener que bailar con Max y le costaba mucho hacerlo, no podía conectar con él porque no podía dejar de pensar en lo que pasó.

—¿Crees que a mí me apetece bailar contigo? ¡Hoy tu gato se metió a mi departamento! —Gritó y antes de que ella le recordara lo que le hizo, siguió hablando —Sé que me odias, pero quiero que la obra salga lo mejor posible y para ello debemos trabajar en equipo —Su expresión de enojo desapareció —Aquí en el estudio no somos Zoe y Max, somos Giselle y Albercht.

Decía la verdad, como los bailarines profesionales que aspiraban a ser, estaban obligados a dejar fuera del escenario los problemas personales que compartían.

A Max realmente le preocupaba que la obra no saliera perfecta como a él le hubiese gustado, por esa razón se encargaba de practicar hasta que pudiera bailar extraordinariamente, nunca se permitía fallar y era muy disciplinado.

—Me gustaba más el otro Albercht —Realizó una mueca de desagrado.

—Bueno, pero él renunció, por lo tanto, a menos que tú también quieras renunciar, debes bailar conmigo —Se ubicó en su lugar, esperándola.

No le quedaba otra opción.

—De acuerdo —Con la poca voluntad que le quedaba, se acomodó delante de su compañero.

Zoe se ablandó despacio y se dejó llevar por él. Se guiaban mutuamente y se unían en una sincronía precisa.

Al finalizar el ensayo, Max se arrimó a Zoe, que tomaba su bolso para retirarse.

—Quiero que me disculpes. Sé que estuvo muy mal lo que hice.

¿De verdad estaba arrepentido? Ella lo dudaba.

—Jamás podré perdonarte —Dicho esto, salió de la sala dejándolo solo.

—Jamás podré perdonarte —Dicho esto, salió de la sala dejándolo solo

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Me quedaré contigo una noche más ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora