capítulo 41

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Primero pensó que había escuchado erróneamente, se levantó en calma y observó a su pareja con una interrogación muda, pero al instante de inspeccionar los ojos negros supo que no había ningún tipo de error, la frase que acababa de escuchar era la correcta. No pudo quedarse, se levantó en el acto cubriéndose con el cubrecama para dirigirse al vestidor, ahí tomo su bata y se cubrió con esta viendo de reojo como su esposo se enredaba una sábana en la cintura. La mujer no paraba de moverse, incapaz de coordinar movimiento en una acción concreta. Al fin, después de un minuto eterno y tortuoso pudo volver a hablar

–Lo supiste todo el tiempo? TODO EL TIEMPO? Vegeta...– tomo aire para poder continuar – tú... eres...por Kami! Vegeta, te das cuenta de lo que acabas de decir?!

Se sujetaba la cabeza con fuerza despeinando cada vez más su cabellera, intentando hablar, pero las palabras que salían de sus labios eran incompletas ideas cortadas por otras afirmaciones a medias, era demasiada información para un tiempo tan corto. Bulma llegó a tirarse del cabello, la negación corría dando golpes entre pensamientos, chocando y colisionando unas con otras, negando, negando lo que su esposo le acababa de afirmar, dañando aún más su frágil equilibrio emocional. Vegeta se situó en frente a ella, sabía que no iba a poder calmar a la humana por mucho que se lo rogara, así que espero silentemente lo inevitable, hasta que sucedió. El torbellino de emociones solo podía desembocar de una forma, cual tormenta los sentidos se verían exaltados y los instintos primitivos aflorarían, la mujer no era cobarde, así que su reacción solo podía ser una, Bulma se volteó hacia él con los puños cerrados con una furia destructiva y comenzó a golpear su pecho, la ira se manifestaba en pleno, la ira cegaba cualquier otro camino, con los golpes había insultos, graves insultos. Ahora sentía algo que pocas veces había imaginado, pero nunca experimentó en pleno hasta este momento: odio, el odio era tangible, corría por sus venas, latía en sus sienes, movía sus músculos y saltaba de su boca, era algo palpable, era visible, el odio la inundó e inundó la habitación, odió todo en ese instante, al mundo, a sí misma, a los muros que la contenían y a las paredes de su hogar, tenía razones de sobra para odiar, odió al pasado, odió el presente, odió que nadie la echara de menos, odió la tranquilidad de otros, odió las mentiras y también las verdades. Quiso reprimirse pero era demasiado tarde, era un puerta ya abierta e imposible de cerrar así nada más, la puerta de su infierno hecho a medida, su tormento personalizado: el amor, odiaba el amor que profesaba, odiaba el amor que había recibido, absurdo, ficticio, en contra de la posibilidad, amor con culpa, amor con sacrificio, amor desinteresado, amor inútil. Por eso se acercaba y golpeaba con todas sus fuerzas, el sonido de sus huesos no le importaba, el sonido de su corazón le parecía un acorde perturbado, sinfonía sin nexo, irritante, que sonaba en su pecho vacío, que volvía a sonar otra vez, más parecido a arañazos, pero de su alma.

Nada movió al saiyajin, nada, ni palabras, ni golpes. Detuvo en firme un golpe que iba dirigido a su rostro, Bulma detuvo su ataque en ese instante, no porque sus ánimos belicosos ya no estuvieran presentes, sino por la forma en que su mano era sostenida. Con cuidado Vegeta llevó la mano blanca hacia sus labios para poder besar las zonas enrojecidas –no importa cuánto más baje mi ki, te harás daño – dijo después de depositar un beso tierno – no quiero que te lastimes...– y continuó dejando pequeños besos.

Eso dejó a Bulma totalmente indefensa, luego, su mano era recorrida por los dedos del varón, acariciando los lugares que habían impactado en él, después también procedió a hacer lo mismo con la otra mano. "Por qué le hacía las cosas tan complicadas?" pensaba Bulma, qué podía hacer? Como si despertara de una turbulenta pesadilla que la dejó temblorosa, pudo despejar su mente, pudo al fin pensar en lo que hacía.

–Vegeta...

Hace unos instantes el instinto destructivo se había apoderado de ella, ahora que dejó correr libres esos impulsos estaba más calmada, una paz aunque insuficiente le permitía volver a ser ella misma, por unos breves minutos pudo respirar y pensar.

LA VERDAD DE MI PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora