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POR SAKURA


Por Sakura

Cambie de posición por quinta vez en lo que iba de la tarde. Hundí mi rostro en la almohada hasta que empecé a quedarme sin oxígeno. Levanté la cabeza, giré sobre mi cuerpo, extendí mis manos a lo ancho de la cama, y giré nuevamente hasta quedar recostada sobre mi costado izquierdo. Abracé uno de mis osos de peluche, mordí mi labio inferior, y miré la hora en mi reloj: las malditas cinco de la tarde.

Arrojé el peluche y volví a girar. Tomé mi celular, desbloqueé la pantalla y entré a la aplicación de mensajería. Tenía cinco mensajes sin leer de Matsuri, uno de Menma y dos mensajes míos sin respuesta de Ino. Entonces me di cuenta de que ninguno de los hermanos Uchiha me había escrito en más de dos semanas, pero obviamente yo no sería la que los buscara. Soy Sakura Haruno, la más deseada de mi instituto, no tengo por qué buscar a nadie.

Me sentí tentada a llamar a Ino, pero supuse que tal vez estaría con su misterioso novio. Pensé en llamar a Matsuri, pero no tenía ganas de soportarla fuera del horario escolar. Menma no era una opción; me había dicho que estaría ocupado con Anko hasta pasadas las nueve de la noche.

Arrojé mi celular a cualquier lugar de la cama y volví a girar sobre mi cuerpo. Estaba terriblemente aburrida y no tenía más amigos con quienes distraerme. Me di cuenta de que mi mundo fuera de casa era sumamente pequeño, todo por no molestar tanto a Naruto. Siempre fue así, y aunque al principio estaba dispuesta a hacer todo por él, poco a poco las cosas cambiaron.

Me puse de pie, fui directo a mi vestidor y tomé un traje de baño de una sola pieza. Me desnudé y me lo puse, bajé las escaleras casi corriendo, salí al jardín y caminé de puntillas hasta la piscina. Una vez en la orilla, di un salto y entré al agua. Necesitaba pensar. Recordar cómo fue que mi vida terminó siendo un caos.

El divorcio de mis padres me afectó, pero no de una manera extraordinaria. El cambio de país e idioma fue tedioso, pero tampoco me afectó tanto como mi madre esperaba. Tenía seis años, dos meses y tres días. Aprender el idioma fue relativamente fácil, y encontrar nuevos amigos en el preescolar fue cosa de niños. Todo iba bien en mi nueva vida, en el nuevo país, en la nueva casa con mis tíos y Naruto, que en ese entonces no tenía más de diez años.

Realmente creí que podría retomar mi mundo color de rosa, del que tuve que salir por culpa de mi padre y su amante. Creí que tendría una vida normal, pero esa idea cambió poco a poco con mi cercanía a Naruto. ¿Quién hubiera imaginado que la inocente relación de primos se transformaría en algo más sucio, impuro, enfermo y dañino para ambos? Tenía trece o catorce años cuando eso pasó. Naruto ya no era un niño, sus hormonas estaban alborotadas, y darme cuenta de que miraba a otras mujeres con deseo me hizo entrar en pánico. No tenía curvas, pero podía presumir de mi belleza nata, y esa fue un arma que utilicé contra él.

Juegos disfrazados de inocencia lo llevaron involuntariamente a rozar su cuerpo con el mío. Mis labios buscaron los suyos hasta que él dejó de resistirse y cayó en mi trampa, pero con cada victoria empujaba a Naruto hacia un mundo donde el alcohol y las drogas lo ayudaban a sobrellevar el pecado del que ambos éramos partícipes.

Mi virginidad a los quince años era lo único que lo detenía de ir más allá. Desesperada, encontré una opción viable en Menma, un amigo confiable. Lo pensé y lo hice. Naruto no tomó bien la noticia, pero con el tiempo nuestro amor se consumó. A los quince años, seis meses y veinticinco días, mi mundo dejó de ser rosa y se llenó de colores.

Salí de la piscina cuando la temperatura bajó lo suficiente como para provocarme un par de estornudos. Me envolví en una toalla y volví a la casa. Mis tíos, como de costumbre, aún no llegaban. La servidumbre estaba arreglando todo para la cena. Subí las escaleras y entré a mi habitación.

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