{ 2.- Yo }

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Mateo se encontraba fumando y mirando por la ventana, apreciando como amanecía, cuando sonó su alarma. Dejó de observar la tranquilidad de la mañana, apagó el cigarro y fue a apagarla.

Otro día más.

Buscó qué se iba a poner ese día, no le gustaba repetir conjuntos. Debía comprarse más ropa.

Se miró en el espejo. Sus ojeras eran  bastantes profundas y oscuras, se colocó las gafas, por lo menos con ellas no se veían tanto. Se estudió e hizo una mueca: Su cara llena de pecas lo desanimaban, sus ojos azules lucían apagados y su pelo estaba despeinado. Sus labios estaban planos, casi decaídos. Se veía tan triste y afligido.

No se gustaba. No se aguantaba.

Su ceño se juntó. Su mano se dirigió a su rostro neutro. Sus uñas se clavaron en su mejilla, fueron bajando lentamente. No dolía, las hundió más.

Una pequeña raja de color rojo lo detuvo. Abrió los ojos ligeramente y bajó su mano.

Se volvió a su cama y se sentó. Se pasó una mano por su cabello, suspirando de frustración.

Mierda.

El timbre de los mensajes de su móvil hizo que se estremeciera. El grupo de amigos lo esperaban en el campus.

Mateo tragó, un poco aturdido. Volvió a mirarse en el espejo. Arañazos en su mejilla eran notorios.

—Joder.—Murmuró.

Sacudió la cabeza, se terminó de alistar y se dirigió hacia su moto. Condujo hasta donde sus amigos dijeron que lo esperaban mientras pensaba en qué excusa diría para que pasaran por alto las marcas en su rostro.

Una vez ahí, los visualizó. Aparcó y se quitó el casco.

Solo a unos cuantos metros, sus labios se curvaron hacia arriba en una hermosa, confiada y alegre sonrisa.

—Hey, chicos.—Dijo y saludó a sus amigos y amigas. Estos le correspondieron, dándole besos o abrazos.

Hasta que todos miraron su rostro. Mateo se tensó levemente, no dejando que lo noten.

—¿Qué le pasó a tu mejilla?—Cecyll preguntó primero, sus oscuras cejas juntas.

—Oh...Esto.—Su sonrisa se hizo más grande, todo dientes.—Un pequeño accidente.

—¿Con qué?—Blaz también lo miraba preocupado.

—Chay.—Mateo se encogió de hombros.—Tengo una gata. Su nombre es Chay.

—¿Tienes una gata? ¿Desde cuando?—Dante señaló, extrañado.

—Sí, tengo una gata. Desde hace unos días. Es bastante difícil, no se deja dar cariño y me rechazada bastante, cada que me acerco, ella se aleja. No me rendiré con ella, sin embargo. Unos cuantos arañazos no harán que abandone.

No había ninguna gata. Solo era una excusa espontánea y creíble. Debía serlo. Así que ahora le tocaba ir a buscar una gata y ponerle un nuevo nombre: Chay.

La idea le desagradaba. No era un amante de los animales, y tampoco era su mayor enemigo, pero por razones que desconocía, los animales preferían no estar con él. Ni él con ellos.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora