{ 31.- Nosotros }

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Sian y Mateo entraron en el departamento besándose con intensidad y hambre. El pecoso logró cerrar a tientas la puerta con su pie mientras pegaba más cerca a Sian, estrujando su trasero entre sus manos.

Sian soltó un gemido bajo a la vez que rodeaba el cuello de Mateo.

El pecoso lo levantó y el pelinegro entrelazó sus piernas rápidamente, como un Koala, a las caderas de Mateo.

—Habitación. Ahora.—Dijo entre besos.

Mateo los llevó y se tiraron en la cama aún sin dejar de saquearse la boca el uno a otro.

—¿Aprecias esta camisa?—Dijo mirando la prenda bien abotonada.

Sian se miró a sí mismo y se encogió de hombros.

—Bueno, la compré hace unos días.

—Bien.

Respondió Mateo antes de romper la camisa, provocando que los botones saltaran con fuerza fuera de su lugar correspondiente.

Sian jadeó.

—¡Mateo!—Soltó riéndose.

Mateo sonrió divertido y se inclinó a besar aquella sonrisa Preciosa que tenía Sian. Amaba verlo sonreír tan bonito y tranquilo.

—Era mi camisa de vestir elegante.—Sian habló y Mateo le mordió el labio ligeramente.

—Me estaba estorbando.—Justificó.—Te ves mejor sin ropa, de todos modos.

Sian resopló.

Mateo lo ignoró y empezó a dejar besos húmedos por el cuello de Sian, descendió, besando su hombro, su pecho...Aquellos pezones rosaditos estaban duros por la excitación y pedían ser mordidos. Mateo simplemente obedeció: Acercó su boca a ellos y la abrió, cerró sus dientes con fuerza; la carne se apretó, deliciosa y pequeña. Mateo mientras mordía la piel palpitante y rojiza, pasó la lengua por la pequeña punta del pezon que se encontraba dentro de su boca.

Sian gimió.

—Mateo...—Su mano se posó en el pelo corto de Mateo y sus dedos se entrelazaron entre sus cabellos.

Mateo succionó con fuerza el pezón y luego el otro, alternando.

(N/a: Le va a sacar leche y ya sabemos que a Sian Noel le encanta la leche 🥵)

Mateo siguió su recorrido y besó cerca de las costillas, se aproximó a aquel tatuaje: aquel que Cole recordaba y que mencionó inocentemente como cuestión. Gracias a ello pudo saber con certeza que aquel lindo chico, era su Sian, el chico que había atrapado su corazón hace tantos años.

Bendito seas, Cole.

Mateo quiso seguir besando cada parte del delicioso cuerpo de Sian. Lo había extrañado tanto. Sin embargo, el pelinegro lo detuvo.

—Espera.

Mateo levantó la cabeza a regañadientes.

—¿Qué ocurre?

—Me da...Vergüenza.—Sian se sonrojó.

Mateo se rio.

—¿Vergüenza?—Respondió divertido e incrédulo.—Sian, cariño, ya hemos hecho esto mil veces de todas las formas posibles. No hay nada que no haya visto, ¿por qué tener vergüenza ahora?

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora