{ 4.- Ella }

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Molly Screechib era una mujer de mundo, de mente abierta y muy liberal.

Una persona bastante tolerable.

Hasta que conoció a Mateo.

Aún recordaba lo hermoso que había sido cuando Mateo entró el primer día hace tres años. Su cabello recogido en una coleta alta, sus gafas redondas, su rostro lleno de pecas y esos ojos azules profundos y encantadores.

Era como ver un sexy artista. Y también era como ver porno pero sin actos; solo un hermoso joven.

Molly agradeció haber sido miembro de los populares para estar cerca de aquel chico.

Él era tan amable, tan atento y tan estudioso.

Molly no podría haber imaginado que un hombre así existiera, ¡y que estuviera tan cerca de ella! Amaba su vida.

Amó cada instante de su existencia después de haber conocido a Mateo.

Hasta ese año.

Ahí se encontraba Molly, sentada con sus amigos y Mateo en la misma mesa. Todos conversaban alegremente, menos ella y Mateo. Este último miraba a lo lejos, y Molly lo miraba a él.

La chica de ojos oscuros siguió su mirada.

Dylan.

El moribundo ese.

Mateo estaba observando al insignificante ese.

La chica frunció el ceño mientras volvía a mirar a Mateo.

Esos ojos que la volvían loca solo miraban a ese niño.

—Matt...—Dijo posando su mano sobre la de Mateo.

Este no hizo caso, ignorándola. La mano inquieta de Molly acarició el brazo de Mateo y trazó círculos por encima de su chaqueta.

Mateo por fin se percató.

—Perdona; estaba pensando en otras cosas. Dime.

Molly le sonrió. Ya lo había perdonado.

—Te veo distraído. ¿Qué es eso que te ronda por tu linda cabeza?

Mateo negó, sus ojos desviándose otra vez a donde se encontraba Dylan.

—¿Te preocupa ese chico?—Trató sonar curiosa y no molesta.

Mateo no respondió. Su mirada ida.

La pierna de Molly  empezó a moverse nerviosamente.

Sí, ella era una mujer tolerable...Pero si se trataba de Mateo, perdía los estribos fácilmente.

—Solo estoy intrigado.—Dijo él apoyando su barbilla en su mano.

Molly lo observó confundida, ¿qué de interesante podría tener el pobretón ese?

Fuera lo que fuera, a Molly le desagradaba.

—Ya te hemos dicho que sería más conveniente que no te acerques a ese. Podrían pensar que eres como él.

Mateo por fin la miró de nuevo. El estómago de Molly dio un vuelco.

—¿Y qué se suponen que pueden pensar de mí al acercarme a Dylan?

Molly frunció los labios al escuchar el tono de la voz de Mateo. Parecía molesto.

—Hay rumores.

Mateo rodó los ojos. —Sí, sí, ya me lo habéis dicho, ¿pero cuáles son esos rumores?

Molly desvío su mirada.

—No estoy al tanto de ellos exactamente pero no son muy buenos...

Era cierto. Ella había oído cosas pero no les había prestado tanta atención. Tenía cosas mejores que hacer que investigar la vida de un ser invisible como lo era Dylan.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora