{ 3.- Él }

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Ir a los centros educativos donde se encontraban primaria y secundaria en el mismo edificio, era la tercera cosa que más odiaba Sian en la vida. 

No lo odiaba por malos recuerdos, es más, hasta le traía gratos momentos, el problema era que lo confundían con un estudiante de secundaria. Y eso a su ego le afectaba.

—¿Te estás saltando clases?

Le había dicho una vez una madre que recogía a su hija. Mujer chismosa.

Sian le había dicho que solo venía a recoger a su hermano pequeño. La mujer lo había mirado desconfiadamente y se alejó. Unos minutos después había llegado el director.

Había sido una situación bastante incómoda: El director pidiéndole que vaya a su despacho, buscándolo en el ordenador para comprobar que no era un alumno del centro, pidiéndole su carnet de identificación y la mujer pidiendo disculpas al confirmar que no era un chico adolescente saltándose clases.

Sian estaba harto, cada que una madre o padre o profesor le miraban sospechosamente, únicamente rodaba los ojos y se cruzaba de brazos. Tenía que ser paciente para no mandarles a la mierda. Después de todo, habían niños.

No era su culpa que hubiera dejado de crecer a los trece años y que su rostro haya seguido igual desde que tenía dieciséis. Aunque por un lado era bueno, se vería joven durante muchos años y aparentaría una edad que no tenía.

—¡Sian!

El pequeño niño pelinegro vino corriendo hacia él, Sian se agachó y lo cogió a la par que el chico se tiraba a sus brazos.

—Te he dicho mil veces que no me puedes llamar así en público.—Le regañó pero aún así le sonrió al ver esos grandes ojos verdes.

—Odio tu otro nombre.—Hizo un puchero.—Y odio esta peluca.—Tiró de ella.

—¡Oye!—Sian atrapó la pequeña mano del niño y se acomodó disimuladamente el cabello falso.—Sabes que no debes hacer eso.

—¡Y tus ojos tampoco me gustan! Quiero ver tus dos colores, no ese verde feo.

Sian miró alrededor, varios padres lo miraban curioso.

—¿Qué te pasa? Estás comportándote
muy mal.—Empezó a caminar para salir de ahí.—Y que sepas que este color verde es idéntico a los tuyos.

No entendía que estaba ocurriendo. Cole siempre se había portado correctamente en público. ¿Tal vez tendría un mal día?

El niño hizo un tierno puchero, sus cejas oscuras juntas. Sian lo bajó y cogió su pequeña mochila. Le sujetó la mano y empezaron a caminar hasta la parada de bus.

—¿Me lo vas a contar?—Preguntó unos minutos después, ya fuera del centro.

Cole no lo miraba.

—Perdón.—Dijo.—Es solo que unos niños me dijeron que no tenía padres y que nadie me quería. Me enfadó bastante.

El corazón de Sian se estrujó. Se detuvo y se agachó para estar a la altura de su hermano.

—Pero me tienes a mí, ¿no es suficiente?

Sian sabía que no podía ocupar el sitio de una madre o de un padre, pero estaba seguro que podía hacerlo mucho mejor que ellos. También era consciente de que no vivían en las mejores condiciones pero él se mataba para que a Cole no le faltara nada, sobre todo amor.

—Yo casi no te veo.—Dijo, sus ojos poniéndose sospechosamente húmedos.—Es una sorpresa que hayas venido hoy. Siempre viene esa señora y por eso esos niños dicen que a nadie le importo.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora