{ 20.- Convivencia }

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—Estoy agotado.

Sian tiró su chaqueta al sofá y se dejó caer al lado de Mateo. El pecoso le sonrió y colocó su mano sobre el pelo oscuro de Sian, acariciando.

Sian gimió de placer. Eso se sentía bien. Él realmente necesitaba un masaje. Tenía todo adolorido. Y ni siquiera habían tenido sexo hoy.

—¿Mucho trabajo?

Sian asintió, buscando más del toque de Mateo.

Llegar al departamento cálido e iluminado, donde lo recibían Cole y Mateo con una sonrisa, era lo mejor que le había pasado a Sian en lo que llevaba de vida. Y no habían pasado muchas cosas buenas.

Sian quería acurrucarse cerca de Mateo y que este lo abrazara, le diera besitos por todo el rostro y le dijera cosas dulces al oído.

Él lo quería. Pero eso sería muy extraño, ¿no?
Darse mimos fuera del sexo o después de terminarlo sería raro.

Pero él lo deseaba. Claro que Mateo siempre le hablaba amablemente y le decía alguna que otra cosa...Pero Sian quería más. Más cosas...

Sian estaba empezando a sentir cosas que nunca había sentido y lo asustaba demasiado. ¿Qué se suponía que debía hacer? No lo sabía.

Él no sabía. Él tenía miedo. Quería detener esos sentimientos que iban creciendo más y más...Pero parecía imposible. Mateo lo hacía imposible.

—¿Cómo está Rubén?—Dijo cerrando los ojos. Cole veía la tele, ignorando a todos.

Mateo canturreó.

—¿Oh? ¿Vamos a hablar de nosotros?

Sian bufó.

—¿Un poco?

Mateo tocó la oreja de Sian y la acarició, Sian sintió cosquillas.

—Rubén se encuentra bien, estudiando para ser fisioterapeuta.

Sian abrió los ojos, miró el techo.

—Recuerdo una vez que me dio un masaje.

Mateo lo miró fijamente, su mano se detuvo unos segundos antes de seguir tocando el lóbulo de Sian.

—Ah...—Dijo simplemente.

Sian lo miró de reojo. Quiso reírse.

—Sí, un idiota se metió conmigo en clase, me empujó y me golpeé en la espalda. Ahí lo conocí. Conocí a Rubén. Me llevó a enfermería y me untó una pomada.

Mateo lo miraba atentamente, escuchándolo. Sian se sintió tímido pero satisfecho. Era gratificante que alguien le prestara atención.

—Pensándolo bien, él me ayudo hace años. Tú este año también me ayudaste cuando nos reencontramos.—Sonrió nostálgicamente.—Vendrá de familia ayudar a este pobre ser.

Mateo le acarició la mejilla, se inclinó hacia él y le dio un tierno beso en los labios.

Sian se quedó muy quieto. Oh...

—Eres muy lindo. De verdad. Cuando pones esa expresión relajada y feliz te ves hermoso.

Y ahí estaba, su corazón empezó a latir muy rápido y su estómago se contrajo. Sus labios se curvaron en una sonrisa tonta.

—Como decía...—Cambió de tema, pidiendo mentalmente a su corazón que se calmara.—Era bueno, me dio un diagnóstico coherente cuando vio mi espalda. Le dije en broma que debería hacerse doctor. No pensé que de verdad estudiaría medicina para convertirse en fisio. La verdad, le pega.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora