{ 17.- Prueba }

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—Levántate.

Sian se tapó más con las sábanas y soltó un quejido perezoso.

—¡Dylan!

—¿Hmm?

Lydia apoyó sus manos en la cadera y lo miró con el ceño fruncido.

—No vas a estar todo el día acostado. Hay que limpiar.

Sian abrió los ojos sobresaltado y se sentó mirando alarmado su alrededor.

—Ay, por Dios, tápate.—Espetó su compañera.

Sian se miró a sí mismo. Su cuerpo estaba desnudo.

Pero limpio.

No había fluidos ni estaba pegajoso.

Lentamente se volvió a cubrir con la sábana.

—Tuviste una buena noche, ¿eh?

Sian se encogió de hombros, sus ojos recorriendo la habitación nuevamente.

¿En el baño...? ¿Tal vez...?

—No lo busques, se fue anoche.—Lydia habló, como si leyera sus pensamientos.

Sian asintió un poco desanimado.

Y avergonzado. Oh, mierda.

—Entonces...¿Qué tal es esa hermosura en la cama?—Lydia se sentó en la cama y levantó y subió las cejas repetitivamente.—Es la primera vez que aceptas un servicio privado. Pero lo comprendo, a ese hombre tampoco yo le hubiera rechazado.

Sian sonrió un poco, tímido.

Mateo y él ni siquiera habían tenido sexo como tal. Solo...Bueno, ambos se habían corrido pero no era sexo, ¿no?

Sian sintió su rostro enrojecerse al recordar todo lo de anoche. ¿Él había primero incitado al pecoso? Ah...Quería morirse.

No podría ver a Mateo de nuevo. No sin morirse de vergüenza.

¿Su amistad se habría dañado? Mateo no estaba por la mañana, así que eso significa algo, ¿cierto?

Sian suspiró y abrazó sus rodillas.

—Creo que la he cagado.—Murmuró.

Lydia lo miró confundida.

—Seguro no querrá verme nunca más. Seguro me odia—Continuó.—¿Por qué hice eso?—Soltó y apoyó su frente encima de las rodillas, ocultando su rostro.

¿Por qué hice eso? Claro que sabía por qué lo había hecho...Había sido una salida, una vía de escape; la seducción parecía haber funcionado con todos los hombres, y Mateo no parecía haber sido la excepción.

Solo que las cosas se habían salido de control. Un poco.

Tal vez si hubieran tenido sexo normal no todo sería tan confuso, mas el hecho de saber que se había corrido con un solo dedo y con las palabras sucias que le decía Mateo al oído, lo mortificaba bastante.

Y también...Sian se acarició los muslos internos. Ahí había estado aliviándose el pecoso...Ah...

Mierda.

—Oh, ese chico me dijo algo parecido.—Lydia llamó su atención. Sian la miró.—Me dijo que no lo odiaras.

Sian frunció el ceño.

—¿Te dijo eso?

Lydia asintió, sus ojos marrones desviándose al cuello de Sian.

—Wow.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora