{ 19.- Adictos }

8.6K 612 262
                                    

Parecía ser que Sian también se había estado conteniendo desde que habían probado el sexo. Mateo se incluía también, claro. Porque ahora, estos últimos días, desde que Mateo había descubierto que Dylan era Sian,  únicamente se encontraban centrados en disminuir toda aquella tensión que habían tenido guardada entre ambos.

También del Mateo y Sian del pasado. 

Así que eso era bastante. Por lo que tenían que saciar mucha hambre acumulada que sentían el uno por el otro hasta cansarse.

Aunque no iban por buen camino.

Solamente conseguían desearse cada vez más, no pudiendo tener suficiente. Cada que se veían, se quedaban unos segundos mirándose, intentado controlarse. Perdían en el intento, rápidamente buscaban un lugar tranquilo y solitario para después saquear la boca del contrario, o incluso a veces llegaban a mucho más que besarse.

O simplemente ni de escondían.

Como aquella tarde: Mateo le había pedido a Sian que lo esperara en los vestuarios, pues había quedado con sus amigos en la piscina de la universidad para sus típicas competencias semanales.

Y ahí se encontraban. Mateo esperó a que sus amigos se fueran y había empujado a Sian contra las taquillas y comenzó a besarlo ferozmente, lamiendo, chupando y mordiendo sus labios; sus manos dentro de la sudadera del pelinegro, acariciando la cintura y espalda de este.

—Te extrañé.—Mateo se alejó para respirar y poder contemplar su lindo rostro.

Sian sonrió un poco. El pecho de Mateo se contrajo felizmente.

—Eres hermoso.—Soltó.

Sian se sonrojó levemente y desvió la mirada.

—Deja de decir eso.—Sian jugueteó con el bordillo del bañador de Mateo.—Me avergüenza.

Mateo sonrió con cariño.

—No puedo dejar de decirlo porque es verdad. Eres precioso. Deberías acostumbrarte a escucharlo porque te lo diré siempre.

Sian lo miró divertido.—¿Siempre?

Mateo se dio cuenta y se sintió tímido.

—Bueno, sí.

—Eres un iluso.

Mateo se encogió de hombros y volvió a besarlo.

Cierto era que seguían siendo amigos, no tenían sentimientos amorosos, solo amistosos con deseo y sexo incluido. Eran, como se decía, amigos con derechos.

Mateo no tenía problema con ello. Claro que no. Él ya había aceptado que únicamente tendrían eso. Nada más.
Estaban bien como estaban. Era perfecto. Muy cómodo y práctico.

—¿Ya has pensado en lo que te dije de mudarte?

Mateo tenía miedo de volver a ser rechazo. No es que Sian le hubiera dicho que no cuando le preguntó el otro día, pero tampoco le había dicho que sí, sino que debía considerarlo.
¿Qué se suponía que debía considerar?

Mateo se había molestado. Era una tontería, claro, pero él realmente pensaba que para Sian sería mucho más beneficioso si vivieran juntos.

Sian le había dicho que vivir juntos tal vez complicaba las cosas, metería presión y tal vez, incluso, volvería las cosas incómodas entre ellos.

Eso le había dolido, júzguenlo. ¿Tanto le preocupaba a Sian sentir algo más por él?

Si el corazón de Mateo se quebró un poco al saber que Sian no lo quería de esa forma, nadie tendría que saberlo. Porque sí, los sentimientos que Mateo iba desarrollando día a día por Sian, solamente tenía que ignorarlos, guardarlos y seguir como si nada.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora