{ 1.-Tú }

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Mateo sonrió al entrar al campus cuando el grupo de chicas lo miraban pícaramente.

—¿Qué hay chicas?—Guiñó un ojo al estar cerca y siguió caminando.

Las chicas suspiraron y murmuraron entre ellas.

—Es tan lindo.—Comentó una.

—¿Por qué debe ser amable? Así una se enamora más. Debería ser un idiota, pero no...Es tan perfecto.—Se quejó otra.

—Igual a mí algo no me cuadra en él.—La última atrajo la atención de sus amigas, quien dejaron de ver la espalda de Mateo para observar a su amiga.

—¿Qué quieres decir?—Cuestionaron.

—Ya lo habéis dicho vosotras mismas: Es demasiado perfecto. Eso da mucho qué pensar, algo no anda bien.

El grupo de amigas analizaron y decidieron que llevaba razón. Que el chico fuera como lo pintaban era...sospechoso. Pero les daba igual. Mateo era simplemente perfecto. ¿Qué importaba si escondía algo?

Mateo retiró la sonrisa y rodó los ojos una vez que ya estaba lejos de las miradas de las personas. Superficiales. Todos eran unos superficiales que se fijaban en el exterior y les importaba una mierda lo de dentro.

Al girar la esquina pudo ver como su grupo de amigos lo esperaban. Mateo se unió a ellos y hablaron por un rato.

Su cabeza dolía ligeramente, dándole palpitaciones incómodas. La falta del sueño y la reseca no eran buena combinación.

No esperó que se alegrara cuando sonó el timbre, anunciando que llegó la hora de clase, pero lo hizo, así más que sea podría descansar un poco. No dormir, porque no podría, pero estar sentado ayudaría. Caminó junto a sus amigos hasta la aula correspondiente.

Mateo deseaba que se callaran, que guardaran silencio. Quería gritar que eran ruidosos y molestosos.

No lo haría.

Se sentó al fondo de la clase y se apoyó en el espaldar. Se quitó las gafas y cerró los ojos por un momento. Suspiró.

Había dormido un poco. Algo era algo. Pero aún así se sentía agotado.

Era el día 30 de clase del último año de su carrera. Sus amigos y él solían  tener una fiesta después de "sobrevivir" un mes en la universidad. Sonrió ante los acontecimientos. Anoche se la había pasado bastante bien. Estuvo feliz. Alegre. Recuerdos vagos de estar canturreando por la carretera. Coches quietos. Personas atemorizadas. El puente. Un joven.

Mateo abrió los ojos mirando el techo.

Ese chico. No había estado cuando se despertó. Un gesto bastante descortés por su parte.

Sin embargo, Mateo lo entendía: El chico no quiso ser ayudado, aunque sus ojos lo pedían a gritos. El chico no le debía nada a Mateo. Haber ido a la casa de un desconocido, porque no había otra opción, no significaba agradecer.

Mateo se preguntaba si aquel enano se encontraba bien donde quiera que estuviese. ¿Estará probando otro intento de terminar con su vida?

Era raro que Mateo no pudiera sacarse al chico de la cabeza. Se sentía...preocupado. Aquello era un poco gracioso, únicamente había hablado con él por unos momentos.

Tal vez su sentido de empatía iba a cada vez más.

—¡Dámelo!

Mateo bajó su mirada y vio a sus compañeros de la primera fila. Se colocó las gafas nuevamente para observar mejor.

¿No podían ser más bulliciosos?

—Ya va otra vez.—Dante, su amigo, negó agotado, observando la escena.

Dejemos de fingir (3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora