UNA NOCHE FRÍA EN EL INFIERNO

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Jackson se acurrucó tras el volante del coche aparcado en la calle y se rodeó el cuerpo con los brazos para darse calor. ¿Qué temperatura debían de haber alcanzado aquella noche?
Su cuerpo se sacudió con un violento temblor y los ojos se le fueron hacia el botón rojo de arranque. Habría podido poner en marcha el motor y dejar que se calentara el habitáculo durante unos minutos... Sus dedos empezaron a moverse, pero se resistió a la tentación. Solo le quedaba un cuarto de depósito y tenía que conservarlo hasta el final de la noche.

Jackson echó una mirada al móvil para saber qué hora era: las once y media pasadas. Estaba convencido de que a medianoche aún estaría allí sentado.
Que estaría solo cuando llegara el Año Nuevo. Había pasado una hora desde que acompañó a Mark a su casa. No dijo ni una sola palabra hasta que el coche hubo aparcado en la entrada, pero entonces, antes de que saliera, Jackson le hizo una pregunta.
—¿A qué hora va a llegar tu madre?

Mark miraba en dirección opuesta, pero Jackson notó que sus hombros se contrajeron al oír su voz.
—¿A ti qué te importa mi madre?

—No deberías quedarte solo en casa— le respondió Jackson —Esta noche, no.

Mark abrió la puerta.
—Gracias por acompañarme.

—¡No me voy a ir!— le gritó cuando ya se había dado la vuelta para marcharse.

—Si tú te crees que voy a invitarte a entrar en mi casa...

—Me quedaré aquí fuera— lo interrumpió Jackson, que tuvo que hacer un esfuerzo para que su voz no delatara la desesperación que sentía —Por si acaso. Voy a vigilar hasta que tu madre regrese.

—Bueno, pues va a regresar mañana a las nueve.

—Entonces voy a tener que dormir en el coche.

Mark se marchó sin responderle.
Jackson temblaba de frío y soltaba palabrotas en voz baja. Estaba pensando que antes, cuando esperaba a las puertas del local, ya había sido duro, pero mientras tanto la temperatura debía de haber bajado. Soltó una bocanada de aliento helado y jugueteó con el móvil para distraerse de la amenaza de hipotermia, y el dedo pulgar acabó en su destino habitual.

Twitter.

La policía había congelado su segunda cuenta —la necesitaban como prueba— pero la de @JacksonWang852 seguía activa. Jackson contempló su propio perfil. En la comisaría le dijo a Mark que se desapuntara como seguidor, y no podía dejar de preguntarse si lo habría hecho. ¿También lo habría bloqueado? ¿Habría desactivado su propia cuenta? No se sentía capaz de comprobarlo.
En cambio, por alguna razón incomprensible, Jackson pulsó el botón y empezó a escribir un nuevo tuit.
No sabía lo que quería lograr con ello. Mark no entraría en Twitter aquella noche. Después de todo lo que había sucedido, era imposible. Jackson no se preocupó por dirigirle el mensaje a él, ni a nadie en particular. Millones de seguidores menos uno lo verían. De todos modos escribió, impulsado por una fuerza que no habría sido capaz de explicar. Sentía dolor en el pecho. La última ascua de un fuego que no se había apagado del todo.
Tenía que intentarlo una vez más, antes de que la llama se extinguiera para siempre.

Pulsó el botón de Tuitear y la lista de notificaciones se incendió con la inevitable lluvia de respuestas. En el pasado, habría visto los mensajes con menosprecio, pero en aquel momento tan solo era capaz de contemplarlos con sorda indiferencia. Porque, después de todo, ¿quién era él para juzgar? Tampoco era tan distinto de todos aquellos fans. Al fin y al cabo, quería lo mismo que ellos.
Un «me gusta». Una respuesta. Quizá que lo siguieran. Algún signo de reconocimiento de una cuenta que probablemente no lo leería. Un pequeño gesto que le transmitiera las palabras que tanto ansiaba:
«Estoy viéndote... me doy cuenta de que estás aquí... sé que existes... te quiero... yo también te quiero a ti...». Lo que fuera con tal de saber que alguien había oído su mensaje y que no lo había gritado en el vacío.

I'm your biggest fan [Markson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora