MEDIA VUELTA

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-¡Grita por mí, Seattle!
Jackson le gritaba al micrófono y escuchaba el eco que atronaba en el estadio abarrotado. Sus palabras se vieron recompensadas por un rugido ensordecedor, y la sonrisa de su cara era tan ancha que incluso los fans que se sentaban en las localidades baratas tenían posibilidades de verla.
Pero esas posibilidades no eran muchas. Aquella multitud había agotado las entradas. Había unos cincuenta mil fans. Aún le costaba entender que hubiera alguien capaz de gastarse cien dólares en una entrada que tan solo le daba derecho a sentarse en la estratosfera.

-¿Qué es lo que pasa ahí arriba?- Alargó un brazo perezoso para señalar a la fila más alta -¿Es que se han dormido?

Jackson sentía el murmullo que corría entre la multitud. Salió del escenario principal con aires desafiantes y avanzó pavoneándose por la pasarela de quince metros colocada delante, y los fans lo recompensaron con una nueva ronda de chillidos. Todo el mundo sabía adónde iba: al escenario redondo que habían instalado en el centro del estadio. Lo siguiente que iba a cantar era Áloe Vera, y lo iba a hacer desde allí, sin acompañamiento de nadie, sin los músicos, sin bailarines a su alrededor. Jackson Wang y nadie más, con micrófono, circundado por una masa de fans que se empujaban y
daban codazos para poder verlo mejor.
Contempló las hileras que rodeaban el escenario, sus adoradores más fanáticos, que habían hecho cola en la calle desde altas horas de la madrugada bajo la lluvia y las brumas grisáceas de Seattle. Lo que fuera con tal de conseguir uno de los codiciados lugares al pie del escenario, para poder alzar
las manos en gesto de súplica, para rezar por que Jackson se les acercase y les tocara las yemas de los dedos.
La mayor parte se marcharían decepcionados. Desde hacía algún tiempo, Jackson trataba de reducir al mínimo el contacto físico. Se había llevado un buen susto el año anterior,
porque una fan lo había agarrado por la muñeca y había logrado hacerlo caer. Tan solo los rápidos reflejos de un guardia de seguridad del estadio que se hallaba cerca habían impedido que la enfebrecida multitud lo engullera.
Jackson se estremecía solo con pensar en lo que le podrían haber hecho. Había visto cómo trataban las toallas con las que se enjugaba el sudor
y que luego arrojaba al público. Se peleaban por ellas y las despedazaban, como buitres en torno a un cadáver.

Mejor no tocar a los fans, ni mirarlos muy de cerca. Por lo general, Jackson
trataba de prescindir de su existencia cuando tocaba en un lugar tan grande.
Había descubierto que la clave consistía en moverse sin parar. Hacer como que se fundían en una masa amorfa, en un organismo que vivía, que respiraba, con cincuenta mil bocas descoyuntadas, cien mil brazos alzados, y los flashes de los smartphones, aparentemente infinitos, centelleando a su alrededor.
Pero aquella noche no pudo evitar la tentación de echar una mirada a sus
rostros llenos de deseo. Sentía una extraña curiosidad y él sabía por qué.
Hacía algún tiempo que trataba de ver una cara en particular.

Aún no le había enviado su foto. Mark no parecía el tipo de persona que
manda selfies por Twitter, y tampoco se atrevía a pedírselo. Pero no por ello
dejaba de funcionar su imaginación. La verdad era que, más o menos, podía
hacerse una idea de su aspecto. Solo tenía que mirar a la multitud. Cincuenta mil rostros lo rodeaban. No le cabía ninguna duda de que Mark habría encajado en aquel entorno.

Jackson se tocó el dobladillo de la camiseta, dispuesto a sacársela por la cabeza. Giró poco a poco sobre sí mismo y fue mirando las caras de los fans de la primera fila, todos iguales, aparte de alguna variación en el color
de los cabellos y de la piel. Con un movimiento brusco, arrojó la camiseta en la dirección opuesta. Y entonces fue el caos.

Jackson hizo todo lo posible por no ver lo que se había originado entorno a la prenda empapada de su sudor. Los primeros acordes de la canción resonaron por todo el estadio y ahogaron el griterío. Sostuvo el micrófono con ambas manos y, entornando los ojos poco a poco, cantó la letra que podría haber repetido incluso dormido.
Se colocó el audífono para escuchar la música, pero lo que llegó a sus oídos no fue el sonido de su canción. En su lugar, oyó la voz de otro, medio oculta por la estática. ¿Seguridad? ¿Qué era lo que gritaban? ¿Cómo querían que afinara?
Jackson volvió la cabeza, molesto, a punto de sacarse el audífono, pero entre las voces distinguió unas palabras que le llamaron la atención.
-Código Delta. Repito. Código Delta.

I'm your biggest fan [Markson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora