22. No era parte del Juego

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Esa mañana desperté junto a una sensación de congoja en el cuerpo, como un fiel recordatorio del día que había amanecido

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Esa mañana desperté junto a una sensación de congoja en el cuerpo, como un fiel recordatorio del día que había amanecido. Podría tratarse de un día como otro cualquiera, uno más de rutina, uno en el que no sucede nada fuera de lo normal... o, por lo menos, podría hacer el esfuerzo de aparentar que lo era.

Pero la verdad era que no. No lo era y tampoco podía simplemente ignorar esa espinita que tenía clavada en mi interior. Ya se hacía demasiado duro intentarlo durante el resto de los días del año, por lo que de alguna manera siempre me permitía derrumbarme, aunque solo fuera por ese día. Dejar de mostrarme fuerte.

Hoy se cumplían ya cuatro años desde que ella se fue. Sin más, sin decir adiós. Cuatro años desde que me topé con una dura realidad y en los que mi vida nunca volvió a ser la misma. Y es que, hacía cuatro años que aprendí que la vida era demasiado corta y en muchas ocasiones... injusta. Más que injusta.

Tenía ganas de llegar al apartamento y tirarme sobre mi cama, esperar a que fuera mañana. Las clases en la universidad se me habían hecho lentas y aburridas como de costumbre, pero mi poco ánimo tampoco había servido de mucha ayuda.

Me subí al autobús y me senté en los asientos que se encontraban en la zona atrás puesto que los demás estaban ocupados. En cuestión de un minuto, ya habían entrado todos los pasajeros por lo que el motor se puso en marcha por fin. Pero me sobresalté al notar que el conductor pegaba un nuevo frenazo para esperar a que un alumno llegara, ya que venía corriendo y pegando voces para que esperara. Aquello me recordó a mí, muchas veces llegaba tarde al autobús; la única diferencia era que yo no había tenido la suerte de que el conductor parara.

Cuando el chico se subió, me estremecí de inmediato al ver que se trataba de Ralph y cuya mirada no tardó en posarse en mí, como si fuera lo que estaba buscando. ¿Qué estaba haciendo ahí? Él no había cogido el bus nunca, ni siquiera cuando salíamos juntos.

—¿Puedo...? —preguntó, señalando con los ojos el sitio que había vacío a mi lado.

Obviamente, no me alegraba demasiado ver a mi exnovio y menos aún en un día como aquel. No me apetecía ver a nadie ni que me molestaran. Quería estar sola, pero parecía que era demasiado pedir.

—Haz lo que quieras, no pone mi nombre en el asiento como para darte permiso... pero creo que en mi cara sí pone bien claro que no quiero compañía. Y mucho menos si se trata de la tuya, Ralph —respondí sin tapujos.

Con rapidez puse mi vista fija en la ventanilla, rezando en mi interior por que decidiera sentarse en otro lugar. Mi contestación había sido muy borde, así que solo un tonto sin dignidad se sentaría a mi lado.

Y, por desgracia para mía, él parecía serlo. Se sentó como si no acabara de decirle que no lo quería ni en pintura, dejó su mochila en la zona de los pies y suspiró. A pesar de estar admirando la carretera y los diversos coches que pasaban al lado del bus, sentía su presencia y, sobre todo, sus escrutadores ojos en mí.

Desde que Llegaste. © #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora