32. Lo que Tenemos

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Cuando Susan aparcó frente al edificio, nos apresuramos en salir y descargar todas las bolsas de comida y alcohol que habíamos comprado

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Cuando Susan aparcó frente al edificio, nos apresuramos en salir y descargar todas las bolsas de comida y alcohol que habíamos comprado. Faltaba una escasa hora y media para la fiesta de Halloween y aún no estábamos listas. Bueno, mejor dicho: Nada estaba listo. Todo era un desastre.

¿Lugar de la fiesta? Mi antiguo apartamento, es decir, donde vivía Abby. ¿Motivo de la fiesta? Además de pasarlo en grande porque era Halloween... que Abby pudiera seguir con su venganza contra Candace. A lo largo de varios días atrás, Abby y Candace no habían parado de hacerse trastadas mutuamente en el apartamento que compartían. Como consecuencia de todo ello, mi amiga había decidido organizar esa fiesta sin consentimiento de ninguna de sus compañeras de piso, y así poder incordiarlas.

Volver a aquel barrio residencial de Los Ángeles me trajo numerosos recuerdos con tan solo respirar su aire. Pero aún más cuando pisé, después de más de un mes, el portón del edificio. Todo estaba igual que siempre, el mismo jarrón con esa planta medio seca, el mismo olor a lejía en las baldosas de la recepción y el mismo zumbido que las luces del ascensor emitían.

Pero lo que más nostalgia me brindó fue cuando entramos en lo que había sido mi apartamento. Lo primero que visualicé en la entrada fue ese perchero de pie blanco, seguido de un espejo en el que estaban pegadas numerosas fotos nuestras a modo de collage. Me quedé mirándolas durante unos instantes y me percaté de que... no faltaba ni una. Estaban todas intactas, incluso las que salía yo con Candace.

—¿A que es increíble que Candace no haya tocado las fotos? —comentó Abby, al ver que las estaba contemplando—. Creo que en el fondo echa de menos esos tiempos.

Sonreí con circunstancia. En realidad, yo también los llegaba a echar de menos de vez en cuando y me gustaba recordar cómo era eso de vivir con quienes habían sido mis amigas... pero eso no quitaba el hecho de que estaba altamente agradecida de haber descubierto a la verdadera Candace y su falsa amistad conmigo. Quitarme la venda de los ojos era siempre la mejor opción.

—Viniendo de Candace, me esperaba que las hubiera quemado y después me hubiera mandado por correo las cenizas —bromeé, aunque en realidad podía hablar totalmente en serio.

—¡Nenas, ¿movéis el culo o qué?! —Oímos a Susan gritarnos desde el salón, por lo que no dudamos en ir hacia donde estaba. Al instante la encontramos intentando desplazar el gran sofá para despejar un poco la estancia. Resopló ferviente—: ¡No os quedéis ahí mirando! ¡Ayudadme!

Pero por mucho que se esforzase, no llegó a moverlo ni un solo centímetro. Abby y yo no pudimos evitar echarnos a reír al ver cómo Susan nos miraba con las mejillas rosadas por el esfuerzo, pero de inmediato hicimos caso a sus órdenes.

Me miré por tercera vez en el espejo del baño, contemplando la raya de ojos que acaba de hacerme y cerciorándome de que en ambos lados se encontrara pareja. Ya podía oír la música venir desde la zona del salón y un alto barullo de pasos y conversaciones entremezclarse por el apartamento. Hacía un rato que los invitados habían empezado a llegar, pero como era de esperar, el tiempo se nos había echado encima y tanto Susan, como Abby y yo estábamos aun ultimando los detalles en nuestra vestimenta.

Desde que Llegaste. © #1 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora