Prólogo

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Las gotas caen como una cascada por la ventana del auto, mi pulso va a mil por hora y las ganas terribles de mandar esto al mismísimo demonio palpita en la punta de mi lengua.

—¿Saben lo que vamos a hacer? —cuestiona Joel desde el asiento del copiloto.

—Entramos y salimos. Es fácil, no creo que eso sea difícil —bufa Jonathan, pero observo el amago de sonrisa que curva sus labios desde el retrovisor—. Bueno, algunos somos más inteligentes que otros, ¿no?

—Tengo el arma cargada, ¿sabes? —espeto—. Puedo hacerte daño cuando quiera.

—Ya quisieras, imbécil —escupe, y aunque quiero ahorcarlo, me contengo.

Es mi puto hermano después de todo.

—Ustedes no se pueden controlar, ¿verdad? —se burla Joel, pero tiene esa seriedad característica suya en los ojos—. Parecen unos idiotas. Aún no entiendo cómo es que son mis hermanos.

—Ya sabes, el primer hijo es un experimento, los siguientes son los mejores —murmuro, moviendo los dedos sobre el volante.

—Sobre todo ustedes, sí, como no —se ríe.

—Bueno, mientras tú te ríes como idiota, los Weber están llegando —informo.

—Mierda —sueltan los dos al unísono—. Avísale a Román que ya estamos listos, que se queden en la camioneta, por si acaso.

—Ya está —Jonathan cumple la orden de Joel y guarda su teléfono—. Es hora.

—Sí, vamos.

Los tres bajamos del auto y la lluvia no tarda en empaparnos. El grupo de hombres a unos cuantos metros nos visualizan y llevan a cabo el mismo procedimiento de siempre. Nos acercamos y el primero en hablar del dichoso negocio es Joel. Después de todo, él es el encargado de todo esto.

Al cabo de un rato y luego de un raro tira y afloja por parte del jefe de la banda vecina, todo parece ir en orden. Sin embargo, el moreno junto a su motocicleta y con el casco rojo bajo el brazo no deja de mirarme con esa expresión que casi todo el mundo me dedica: «Hijo de puta». Sí, se la quiero quitar de un puto golpe.

Aprieto la mandíbula y me cruzo de brazos, levanto la barbilla en señal de «me importa una mierda lo que pienses de mí» y trato de ignorarlo, solo hasta que habla.

—Es mejor que entreguemos el cargamento en el lugar de siempre —sugiere, sin quitarme la mirada de encima.

—Yo opino lo mismo —responde el jefe, concordando con él.

Mierda. Mierda.

Joel y Jonathan intercambian una mirada que conozco muy bien. Luego me miran, diciéndome lo mismo, pero sin palabras.

—Yo me quedo —respondo, muevo mis hombros para quitarme la tensión de encima—. Vayan ustedes. Tengo cosas que hacer.

—Nos vemos después —responde mi hermano mayor, asintiendo.

Los veo alejarse hacia una de las camionetas, las motos de los Weber se ponen en marcha, excepto una.

Frunzo el entrecejo y saco la cajetilla de cigarros para extraer uno. Lo enciendo e intento ignorar al imbécil que se sube a su moto con una lentitud máxima. Frunzo el entrecejo y lo miro, soltando el humo por la boca.

—¿Quieres un aventón? —cuestiona, pero escucho esa burla en su voz que me llena de rabia.

Embozo una mísera sonrisa y sacudo la cabeza.

—Aun tengo piernas por algo —musité con sarcasmo—. Deberías alcanzarlos, no vaya a ser que te maten en el camino.

En sus ojos vi como le afectaron mis palabras, por lo que no pude retener la risita burlona que se me escapó. Tiré el cigarro al suelo y me di la vuelta para alejarme de aquel lugar. Sabía que iba a seguirme, por lo que tome el camino hacia las calles menos transcurridas.

Me toma diez minutos perderme entre los callejones, las gotas caen sobre mí y el frío me estremece. Los autos son escasos en este lugar, poca gente vive por aquí. No los juzgo, de hecho, este sitio es terriblemente peligroso. No obstante; lo más peligrosos en este momento, soy yo.

Siento como la tensión vuelve a mi cuerpo cuando percibo la mirada de alguien sobre mí, apuro el pasó, pero me mantengo sereno. El rugir de la moto lo delata y es justo lo que estaba esperando. En esta gente no se puede confiar, menos aún si quieren sacarnos del camino.

—¿Te perdiste? —exclamo cuando la moto se acerca más, sin embargo, sé a dónde ir exactamente si las cosas se me salen de las manos—. Creí decirte te fueras, a no ser que quieras que te mate yo.

Y el disparo resuena, solo que no sé hacia donde se dirige. Cruzo hacia el callejón en una fracción de segundo, pero no me detengo ahí, sino que sigo caminando y dobló hacia la izquierda hacia el siguiente callejón. Me apoyo contra la pared justo hacia escucho el sonido de la moto, pero esta no se acerca.

Espero. Espero escucharlo de nuevo. Espero atentamente que el maldito venga para acabarlo aquí mismo, pero nunca llega.

Me tenso, pisadas resuenan sobre el asfalto mojado, pero no es un paso apresurado, es más bien un andar lento. Saco el arma de la cintura de mi pantalón, sintiendo la sangre correr por mis venas y el corazón palpitando con fuerza en mi pecho. Aún con la espalda apoya en la pared me asomo un poco, pero en vez que encontrarme a quien pensé que mataría el día de hoy, una castaña camina por el callejón.

Con el ceño fruncido y mirando sus zapatos, con unos audífonos y tarareando una canción, ajena a todo. No le presto mucha atención a la chica, pero el ruido de un motor vuelve a hacerse presente.

—Carajo —gruño y sacudo la cabeza.

No puedo simplemente... Mierda.

La espero, y cuándo siento que está por rebasar el callejón, tiró de su brazo. Un jadeo asustado escapa de su boca, pero en menos de un segundo ya la tengo arrinconada contra la pared, con una mano sobre su boca y mis ojos observando los suyos.

Grandes, azules... o verdes, ¿cómo carajos voy a saberlo? A centímetros de mí es toda pestañas largas, mejillas rojas y mirada horrorizada. Respira con fuerza, su pecho sube y baja contra el mío, pero yo solo no puedo... No puedo dejar de mirar sus ojos.

Un dulce y leve aroma me vuela la tapa de los sesos, el corazón se me detiene un instante y reanuda su latir al siguiente. No sé que mierda decirle, pero, justo ahora, no quiero alejarme.

La lluvia nos está empapando, la brisa nos envuelve, una extraña electricidad arrasa con todo lo que creí había construido en mi vida. Sí, esos muros de concreto que me rodeaban y me protegían ya no estaban. Todos cayeron. Todos. Ya no quedaba ninguno.

La tierra se abre bajo mis pies y mi mente solo piensa en una cosa: ¿Qué hace un ángel este infierno?

Una bestia bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora