37. Indicios de la guerra.

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Una semana después.


Había sensaciones que eran realmente gratificantes para mí, pero nada era comparado con el hecho de sentir el cuerpo tibio de Bailee junto al mío. Aún y cuando tenía puesta únicamente una de mis camisas, podía sentir el calor emanando de su cuerpo y traspasar el mío.

La castaña estaba prácticamente sobre mí, pero eso no me molestaba en lo absoluto, es más, amaba tenerla sobre mí. Su respiración calmada me mostraba en el profundo sueño en dónde se encontraba sumergida, sin embargo, yo no había podido cerrar los ojos.

Tenía un extraño presentimiento que me dejaba un mal sabor de boca y me irradiaba una sensación que era realmente estresante.

Dos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos, logrando también que el cuerpo de Bailee se remueva sobre el mío. Sin querer despertarla, sustituí mi cuerpo por una almohada, la que Bailee no dudó en rodear con sus brazos y piernas. Sonreí mientras dejaba un beso en su sien que le sacó un suspiro, que quedó amortiguado por la almohada.

Observé el reloj en la mesa de noche y vi que eran la una de la madrugada, lo que me hizo fruncir el ceño. Me levanté y caminé hacia la puerta, encontrándome con Joel detrás de la misma una vez que la abrí.

—¿Qué ocurre? —pregunté después de aclararme la garganta.

—No quise molestar... pero esto realmente te interesa —sus palabras eran cautelosas, y me di cuenta que de que estaba tratando de no alterarme.

¿Qué carajos estaba pasando?

—¿Qué es? —ahora sí estaba intrigado, necesitaba salir de dudas.

—Tal vez... deberías cerrar la puerta —y eso hice, pero su entrecejo se frunció—. ¿No puedes vestirte por lo menos?

—No, tú me despertaste, ahora te aguantas —dije refiriéndome a qué aún estaba en bóxer, pero me importaba un demonio eso—. ¿Qué mierda está ocurriendo?

Fred volvió —mis oídos hicieron eco.

—¿Cómo que volvió? —digo intentando no perder la calma.

—Jonathan lo vio ayer por la tarde, no quisimos decirte nada porque Bailee estaba aquí, así que... —se encoje de hombros y en cierto modo agradecía que no me la haya dicho, pues hubiera ido a matar a ese hijo de puta de una vez por todas—. No quiero que hagamos una tormenta en un vaso de agua, ¿sí? —colocó su mano sobre mi hombro, apretando el mismo a modo de apoyo—. Tal vez solo volvió por su padre, sabes que él siempre hace eso...

—Si tan solo llega a mirarla... —siseo con los dientes apretados, recordando muy bien la mirada que le lanzó a Bailee aquella noche, cuando descubrí que estaba enamorado de ella.

Una bestia bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora