34. Perdones y reencuentros.

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Termino de ponerme mis jeans de tiro alto negro y mi camisa blanca de seda, dejo los dos primeros botones abiertos y me coloco mis Converse blancas

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Termino de ponerme mis jeans de tiro alto negro y mi camisa blanca de seda, dejo los dos primeros botones abiertos y me coloco mis Converse blancas. Dejo mi cabello suelto y me aplico brillo labial para darle un poco de color a mi rostro, ya que parezco una muerta. Literalmente.

No dormí muy bien anoche y eso me está pasando factura en estos momentos, había dos bolsas no muy oscuras bajo mis ojos, las cuales logré cubrir con perfección con un poco de polvo compacto. No soy de las que usan maquillaje, de hecho, no me gusta. Pero debía lucir bonita, pues desea tener una bonita cena con mi padre y con su esposa, aunque esta última no me quiera.

Busco el recipiente de vidrio que contiene mi tan amado perfume de coco y lo aplico en partes específicas de mi cuerpo dónde no se arruina mi ropa. Me observo en el espejo, admirando lo bonita que se ve la mujer que está de pie frente al mismo, pero aún y cuando se encuentra perfecta físicamente, su mirada dice todo lo contrario. Y es así, hace más de veintiocho horas que no hablo con la persona que me da el oxígeno y eso me deja un mal sabor de boca.

Y estoy molesta con él por sentirse tan poco y conmigo por tratar de volverlo aún más de lo que es.

—Basta —cierro los ojos y suspiro—. Olvida eso ya.

Sacudo la cabeza y tomo mi teléfono, un poco de dinero y mis llaves. Salgo de la habitación mirando que todo esté en su respectivo lugar y que nada se vea fuera de lo normal. Luego de cerciorarme de que todo está bien puesto, me encamino hacia la puerta y abro la misma, quedándome paralizada segundos después.

—¿Qué haces aquí? —susurro desviando mis ojos de su mirada azulosa.

—Dijiste que tú padre nos había invitado a cenar —dice con toda la calma que consigue reunir y viendo el tic nervioso que siempre ha tenido.

Sus dedos siempre van al lóbulo de su oreja y lo frota entre sus dedos repetitivamente cuando está nervioso, como ahora.

—Pensé que no querías venir...

—Nunca dije que no quisiera —afirma y bajo la mirada asintiendo—. Bailee...

—No tienen que venir si no quieres, Jordan —lo miro fijamente—. No quiero obligarte a nada, lo sabes.

—Y yo no quiero que me sigas hablando como si fuera un complemento desconocido —empuja la puerta con su gran mano y se acerca a mí, rodeándome con uno de sus brazos y pegándome a su pecho.

—Jordan, por favor... —sus labios se cierran alrededor de los míos, dejándome suspendida en el aire en cuestión de segundos—. Jordan...

—Soy un asesino, un criminal, la peor bestia de todo este jodido mundo —reitera con firmeza—, pero eso no quita el hecho de que te ame con cada fibra de mi cuerpo.

Una bestia bajo la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora