Las cosas pasan por alguna razón, eso siempre lo he sabido, pues mi madre me lo decía todos los días. ¿Debemos llorar por eso? No. ¿Debemos aferrarnos a eso? No. ¿Debemos aceptar las cosas como sucedieron y aprender de las acciones que llenos llevaron a eso? Definitivamente, sí.
Lo sabía. ¿Por qué? Sencillo, mi madre trabajó duro por sostenemos, porque tuviéramos una vida normal. El trabajo arduo y constante falta de descanso la llevó a un punto en dónde su cuerpo colapsó. El cáncer de tiroides la invadió por completo y la postró en una cama de hospital.
Yo por mi parte, me aferraba a las decisiones que tomó. La culpé por no dejarme trabajar y ayudarla a ayudarnos, le reproché que llegara tarde del trabajo, me indigné con ella por no permitirme apoyarla en ese aspecto.
Ella, sin embargo, siempre les vio el lado bueno a las cosas. Su trabajo tuvo frutos buenos, pues me convirtió en la mujer de bien que era hoy en día. Cada llegada tarde valió la pena porque me llevó la cena, cada falta de descanso tuvo su recompensa porque logró sacarme adelante.
Luego de pasar tanto tiempo con ella en el hospital, luego de conversar de tantas cosas, luego de mostrarme su punto de vista. Logré ver el mundo de una manera diferente, de una perspectiva distinta.
Las cosas cambiaron de una manera drástica para mí. Descubrí que nadie tuvo la culpa de las maneras en la que las cosas tomaron su curso, al contrario, nuestra vida surgió de esa forma porque debíamos aprender. Y justo ahora, estoy demasiado agradecida porque haya sido así.
Paseó mis manos por la lápida de cemento frío en dónde se encuentra grabado el nombre de mi madre. Han pasado dos semanas desde que ella se fue, desde que me dejó un vacío dentro del pecho que no creo llenarlo nunca. Pero estoy aquí, frente a su tumba, lugar en donde le prometí que no lloraría más y que sería firme a pesar de todo.
Los seres humanos nos aferramos al dolor, porque es lo que nos hace sentir vivos. Pero hoy decidí cambiar eso y decido aferrarme a todos aquellos recuerdos lindos y maravillosos que viví con mamá. Porque no hay nada que nos haga sentir más vivos que la felicidad.
La poca claridad que surca el cielo se ve obstaculizada cuando una sombra se hace presente sobre mí, frunzo el ceño al tiempo que mis ojos se elevan y entre sorprendida y confusa observo a Jonathan de pie junto a mí.
—Hola —susurro, él baja su cabeza y me mira a través de sus lentes obscuros—. ¿Qué haces aquí?
—Estaba buscándote —murmura con simpleza, lo veo agacharse y sentarse a mi lado. Sus piernas se flexionan y sus codos se apoyan sobre sus rodillas.
—¿A mí? —cuestiono ante su anterior comentario, él asiente con lentitud y suspira—. ¿Para qué? —pregunto jugando con mis dedos.
—Necesito saber una cosa —comenta, su ceño se frunce y lleva una de sus manos a su rostro para quitarse los lentes, para después dejarlos descansar en el cuello de su camisa.
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Una bestia bajo la tormenta
RomansaCada uno de mis muros se vinieron abajo cuando te vi, no pude aplacar mis sentimientos y todo mi mundo se puso de cabeza. Amarte fue como volar y salir de órbita. Pertenecerte fue como arrodillarse sobre lava caliente. Formar parte de tu vida fue co...