Capítulo 9: Las cuevas

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—Teddy está disgustado por no poder ayudar —explicó Andrómeda—. No quiero que ayude en el contraataque así que para que ambos salgamos ganando debo hacer esto.

—Deberías dejarle su espacio —sugirió Lyall—. Los críos también crecen.

—Pero tú quieres hacer esto —protestó Andrómeda.

—Ya, pero con lo que llevamos de camino dudo que tú también —respondió Lyall, Andrómeda frunció el ceño—. Entonces, ¿lista? —Andrómeda asintió—. ¡¡Flippendo!! —gritó Lyall mientras la roca que bloqueaba la entrada de la cueva acababa hecho añicos.

Los dos magos quedaron inmóviles ante la entrada de la cueva. Se miraron y dieron unos pasos, pero un extraño rugido los dejó inmóviles de nuevo.

Una figura humanoide se acercó a ambos. Apretaron con más fuerzas sus varitas y se quedaron alerta.

Fenrir Greyback salió de un salto y de no esperarlo Andrómeda pegó un brinco y se colocó detrás de Lyall que sin dudarlo ni un segundo gritó:

—¡¡Riddikulus!!

Greyback se transformó en un pequeño gato color miel y tras soltar una pequeña bola de pelo desapareció.

—Vaya —exclamó Andrómeda—. Buena observación.

—Llevo trabajando con boggarts toda mi vida, era lo menos que podía hacer —respondió.

Entraron en la oscura cueva después de hacer el hechizo de iluminación. Estaban alerta y con la adrenalina a tope.

—¿No te parece raro que la puerta no tuviera ningún hechizo protector? —preguntó Andrómeda—. Si los hombres lobo están aquí creo que es porque nos esperan.

Levantaron sus varitas y se pusieron espalda con espalda.

—¡Locomotor mortis!

—¡Protego!

Ocurrió tan rápido que a Andrómeda casi no le dio tiempo ver. Lyall se había colocado delante de ella y mantenía la varita en alto mirando a los lados.

Una figura se asomó por en una de las columnas de la cueva que se había formado por el goteo mientras gritaba:

—¡Glacius!

—¡Incendio! —respondió Lyall para contraatacar el hechizo congelador—. ¡Haz algo, Andrómeda!

La mano que sujetaba la varita de Andrómeda temblaba sin descanso, las lágrimas de desesperación se amontonaban en sus ojos. Por una extraña razón no podía seguir.

La figura se había vuelto a esconder tras la columna. Lyall apuntó con rabia y gritó:

—¡Diffindo!

La columna se partió en dos dejando al descubierto el oponente que para defenderse exclamó su siguiente ataque:

—¡Expilliarmus!

La solución de Lyall para contrarrestar el hechizo fue desaparecerse dejando así al descubierto de la confundida Andrómeda. Su varita voló en el aire y entonces el contrincante gritó:

—¡Deletrius!

Y así la varita de Andrómeda se desintegró en el aire. El hombre le apuntó con la varita.

—¡Confundus! —gritó, lo que le faltaba a Andrómeda era estar aún más cansada.

Quiso aparecerse, pero tenía miedo. No tenía fuerzas, pero tenía mucho miedo y no quería aparecer solo parte de su cuerpo.

Aullidos de Venganza (Una historia de la Tercera Generación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora